martes, 31 de julio de 2012

Ex 22,20-21 No harás daño a la viuda ni al huérfano


Éxodo 22 (pàginas selectas)

(Ex 22,20-21) No harás daño a la viuda ni al huérfano  

20 No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. 21 No harás daño a la viuda ni al huérfano. 
(C.I.C 1857) Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: ‘Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento’ (Reconciliatio et paenitentia, 17). (C.I.C 1858) La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre’ (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño. (C.I.C 1867) La tradición catequética recuerda también que existen ‘pecados que claman al cielo’. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf. Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf. Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf. Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf. Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf. Dt 24, 14-15; St 5, 4).

lunes, 30 de julio de 2012

Ex 20,21-22 Ustedes han visto que les hablé desde el cielo


(Ex 20,21-22) Ustedes han visto que les hablé desde el cielo 
21 Y mientras el pueblo se mantenía a distancia, Moisés se acercó a la nube oscura donde estaba Dios. 22 El Señor dijo a Moisés: Di a los israelitas: Ustedes han visto que les hablé desde el cielo.  
(C.I.C 1848) Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia’ (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado: “La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior dela propia consciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito”. (Dominum et vivificantem, 31).

domingo, 29 de julio de 2012

Ex 20,18-20 No teman porque Dios ha venido


(Ex 20,18-20) No teman porque Dios ha venido
18 Al percibir los truenos, los relámpagos y el sonido de la trompeta, y al ver la montaña humeante, todo el pueblo se estremeció de temor y se mantuvo alejado. 19 Entonces dijeron a Moisés: Háblanos tú y oiremos, pero que no nos hable Dios, porque moriremos». 20 Moisés respondió al pueblo: «No teman, porque Dios ha venido a ponerlos a prueba para infundirles su temor. Así ustedes no pecarán».
(C.I.C 1849) El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27: PL 42, 418; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 71, 6). (C.I.C 1850) El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 50, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse ‘como dioses’, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28: PL 41, 436). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (Cf. Flp 2, 6-9).  

sábado, 28 de julio de 2012

(Ex 20,17) No codiciarás la mujer de tu prójimo


(Ex 20,17) No codiciarás la mujer de tu prójimo
17 No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca. 
(C.I.C 2514) San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf. 1Jn 2, 16, Vulgata). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno. (C.I.C 2515) En sentido etimológico, la ‘concupiscencia’ puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la ‘carne’ sostiene contra el ‘espíritu’ (cf. Gal 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf. Concilio de Trento: DS 1515). (C.I.C 2528) ‘Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’ (Mt 5, 28). (C.I.C 2529) El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden o concupiscencia de la carne. (C.I.C 2530) La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón y por la práctica de la templanza.

viernes, 27 de julio de 2012

Ex 20,16 No darás falso testimonio contra tu prójimo


(Ex 20,16) No darás falso testimonio contra tu prójimo
16 No darás falso testimonio contra tu prójimo.
(C.I.C 2504) ‘No darás falso testimonio contra tu prójimo’ (Ex 20, 16). Los discípulos de Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad’ (Ef 4, 24). (C.I.C 2505) La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía. (C.I.C 2508) La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo. (C.I.C 2509) Una falta cometida contra la verdad exige reparación. (C.I.C 2510) La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.

jueves, 26 de julio de 2012

(Ex 20,15) No robarás


(Ex 20,15) No robarás   

15 No robarás.
(C.I.C 2401) El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo. (C.I.C 2451) El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. (C.I.C 2452) Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes. (C.I.C 2453) El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. (C.I.C 2454) Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es contraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado. (C.I.C 2455) La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran mercaderías.” (C.I.C 2456) “El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.