lunes, 31 de mayo de 2010

Flp 2, 11 Toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor

(Flp 2, 11) Toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor

[11] y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».

(C.I.C 461) Volviendo a tomar la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 5-8; cf. Cántico de las Primeras Vísperas de Domingo: Liturgia de las Horas). (C.I.C 449) Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo en su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11). (C.I.C 2812) Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf. Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que Él es, por su Palabra y por su Sacrificio (cf. Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo... por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19). Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque "santifica" Él mismo su Nombre (cf. Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2, 9-11).

domingo, 30 de mayo de 2010

Flp 2, 10 Al nombre de Jesús se doble toda rodilla

(Flp 2, 10) Al nombre de Jesús se doble toda rodilla

[10] para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos,

(C.I.C 2668) La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica con perseverancia" (cf. Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús. (C.I.C 2669) La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz ha redimido el mundo. (C.I.C 434) La Resurrección de Jesús glorifica el nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en adelante, el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Los espíritus malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; 19, 13-16) y en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17) porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, Él se lo concede (Jn 15, 16). (C.I.C 435) El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum..." ("Por Nuestro Señor Jesucristo..."). El "Avemaría" culmina en "y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". La oración del corazón, en uso en oriente, llamada "oración a Jesús" dice: " Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Numerosos cristianos mueren, como Santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una única palabra: "Jesús" (Cf. La réhabilitation de Jeanne la Pucelle. L’enquête ordonnée par Charles VII en 1450 et le codicille de Guillaume Bouillé, p. 39, 45. 46).

sábado, 29 de mayo de 2010

Flp 2, 9 Por eso Dios lo exaltó sobre todo nombre

(Flp 2, 9) Por eso Dios lo exaltó sobre todo nombre

[9] Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,

(C.I.C 2666) Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf. Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf. Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf. Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20). (C.I.C 2667) Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: "Señor Jesúcristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, pecadores" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf. Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.

viernes, 28 de mayo de 2010

Flp 2, 7b-8 Se humilló hasta aceptar la muerte de cruz

(Flp 2, 7b-8) Se humilló hasta aceptar la muerte de cruz

[7b] Y presentándose con aspecto humano, [8] se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.

(C.I.C 612) El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida", de "el que vive" (cf. Hch 3, 15), Viventis (cf. Ap 1, 18; Jn 1, 4; 5, 26), assumpta. Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24). (C.I.C 623) Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte […] de cruz" (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos" (cf. Is 53, 11; Rm 5, 19). (C.I.C 908) Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la propia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (Lumen gentium, 36). El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Expositio psalmi CXVIII 14, 30: PL 15, 1476).

jueves, 27 de mayo de 2010

Flp 2, 6-7a Él de condición divina se anonadó a sí mismo

(Flp 2, 6-7a) Él de condición divina se anonadó a sí mismo

[6] Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: [7a] al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres.

(C.I.C 602) En consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), "a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5, 21). (C.I.C 472) Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7). (C.I.C 713) Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y también Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida. (C.I.C 1224) Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de San Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

miércoles, 26 de mayo de 2010

Flp 2, 5 Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús

(Flp 2, 5) Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús

[5] Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

(C.I.C 520) Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): Él es el "hombre perfecto" (Gaudium et spes, 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12). (C.I.C 1694) Incorporados a Cristo por el bautismo (Cf. Rm 6,5), los cristianos están ‘muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús’ (Rm 6,11), participando así en la vida del Resucitado (Cf. Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (Cf. Jn 15,5), los cristianos pueden ser ‘imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor’ (Ef 5,1-2), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con los sentimientos que tuvo Cristo (Flp 2,5.) y siguiendo sus ejemplos (Cf. Jn 13,12-16).

martes, 25 de mayo de 2010

Flp 2, 1-4 Tengan un mismo amor un mismo corazón

Filipenses 2

(Flp 2, 1-4) Tengan un mismo amor un mismo corazón

[1] Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, [2] les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. [3] No hagan nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. [4] Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. La humillación y la glorificación de Cristo

(C.I.C 2842) Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf. Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32). (C.I.C 2635) Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino […] el de los demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (Cf. San Esteban orando por sus verdugos, como Jesús: Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).

lunes, 24 de mayo de 2010

Flp 1, 28b-30 La gracia de creer en Cristo y sufrir por él

(Flp 1, 28b-30) La gracia de creer en Cristo y sufrir por él

[28b] Este es un signo cierto de que ellos van a la ruina, y ustedes a la salvación. Esto procede de Dios, [29] que les ha concedido a ustedes la gracia, no solamente de creer en Cristo, sino también de sufrir por él, [30] sosteniendo la misma lucha en la que ustedes me han visto empeñado y ahora saben que sigo sosteniendo.

(C.I.C 1696) El camino de Cristo ‘lleva a la vida’, un camino contrario ‘lleva a la perdición’ (Mt 7,13; Cf... Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. ‘Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia’ (Didaché, 1, 1). (C.I.C 1970) La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre ‘los dos caminos’ (Cf. Mt 7, 13-14) y la práctica de las palabras del Señor (Cf. Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas’ (Mt 7, 12; Cf. Lc 6, 31). Toda la Ley evangélica está contenida en el ‘mandamiento nuevo’ de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a los otros como El nos ha amado (Cf. Jn 15, 12).

domingo, 23 de mayo de 2010

Flp 1, 27-28a Un solo corazón por la fe del Evangelio

(Flp 1, 27-28a) Un solo corazón por la fe del Evangelio

[27] Solamente les pido que se comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo. De esa manera, sea que yo vaya a verlos o que oiga hablar de ustedes estando ausente, sabré que perseveran en un mismo espíritu, luchando de común acuerdo y con un solo corazón por la fe del Evangelio, [28a] y sin dejarse intimidar para nada por los adversarios.

(C.I.C 1692) El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por “los sacramentos que les han hecho renacer”, los cristianos han llegado a ser “hijos de Dios” (Jn 1,12 ;1Jn 3,1), “partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4). Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una “vida digna del Evangelio de Cristo” (Flp 1,27). Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello.

sábado, 22 de mayo de 2010

Flp 1, 23-26 Estar con Cristo es mucho mejor

(Flp 1, 23-26) Estar con Cristo es mucho mejor

[23] Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, [24] pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo. [25] Tengo la plena convicción de que me quedaré y permaneceré junto a todos ustedes, para que progresen y se alegren en la fe. [26] De este modo, mi regreso y mi presencia entre ustedes les proporcionarán un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús.

(C.I.C 1012) La visión cristiana de la muerte (cf. 1Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de difuntos, Misal Romano). (C.I.C 1005) Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28). (C.I.C 1021) La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros. (C.I.C 1025) Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino” (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 10,121: PL 15, 1927).

viernes, 21 de mayo de 2010

Flp 1, 21-22 La vida es Cristo y la muerte una ganancia

(Flp 1, 21-22) La vida es Cristo y la muerte una ganancia

[21] Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. [22] Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir.

(C.I.C 1010) Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor: “Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2). (C.I.C 1011) En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): “Mi deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 7, 2). “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Santa Teresa de Jesús, Poesia 7). “Yo no muero, entro en la vida” (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre, 9 junio 1897).

jueves, 20 de mayo de 2010

Flp 1, 18-20 Cristo será glorificado en mi cuerpo

(Flp 1, 18-20) Cristo será glorificado en mi cuerpo

[18] Pero ¡qué importa! Después de todo, de una u otra manera, con sinceridad o sin ella, Cristo es anunciado, y de esto me alegro y me alegraré siempre. [19] Porque sé que esto servirá para mi salvación, gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda que me da el Espíritu de Jesucristo. [20] Así lo espero ansiosamente, y no seré defraudado. Al contrario, estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo.

(C.I.C 618) La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (Gaudium et spes, 22), Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (Gaudium et spes, 22). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque El "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35): “Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo.” (Santa Rosa de Lima: P. Hansen, Vita mirabilis […] venerabilis sororis Rosae de Sancta Maria Limensis (Roma 1664) p. 137).

miércoles, 19 de mayo de 2010

Flp 1, 12-17 Es por Cristo que llevo las cadenas

(Flp 1, 12-17) Es por Cristo que llevo las cadenas

[12] Quiero que ustedes sepan, hermanos, que lo que me ha sucedido más bien ha contribuido al progreso del Evangelio. [13] En efecto, en el pretorio y en todas partes, se ha hecho evidente que es por Cristo que llevo las cadenas, [14] y la mayor parte de los hermanos, a quienes mis cadenas han devuelto el coraje en el Señor, se han animado a proclamar sin temor la Palabra de Dios. [15] Es verdad que algunos predican a Cristo llevados por la envidia y el espíritu de discordia, pero otros lo hacen con buena intención. [16] Estos obran por amor, sabiendo que yo tengo la misión de defender el Evangelio. [17] Aquellos, en cambio, anuncian a Cristo por espíritu de discordia, por motivos que no son puros, creyendo que así aumentan el peso de mis cadenas.

(C.I.C 164) Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no […] en la visión" (2Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa [...], imperfecta" (1Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. (C.I.C 1808) La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. ‘Mi fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).

martes, 18 de mayo de 2010

Flp 1, 7-11 Que el amor de ustedes crezca cada vez más

(Flp 1, 7-11) Que el amor de ustedes crezca cada vez más

[7] Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio, participan de la gracia que he recibido. [8] Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. [9] Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, [10] a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo, [11] llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

(C.I.C 2632) La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf. Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf. Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf. Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. (C.I.C 2633) Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf. Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf. St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf. Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1Ts 5, 17-18).

lunes, 17 de mayo de 2010

Flp 1, 3-6 Doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo

(Flp 1, 3-6) Doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo

[3] Yo doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo. [4] Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, [5] pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. [6] Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.

(C.I.C 2637) La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza. (C.I.C 2636) Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf. Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf. Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1Ts 5, 25); él intercede también por las comunidades (cf. 2Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres, por […] todos los constituídos en autoridad" (1Tm 2, 1), por los perseguidores (cf. Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf. Rm 10, 1).