lunes, 30 de noviembre de 2009

2Co 1, 5-6 Por medio de Cristo abunda nuestro consuelo

(2Co 1, 5-6) Por medio de Cristo abunda nuestro consuelo

[5] Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo. [6] Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, también es para consuelo de ustedes, y esto les permite soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.

(C.I.C 2374) Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham pregunta a Dios: ‘¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?’ (Gn 15, 2). Y Raquel dice a su marido Jacob: ‘Dame hijos, o si no me muero’ (Gn 30, 1). (C.I.C 2375) Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a condición de que se pongan ‘al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la voluntad de Dios’ (Donum vitae, Introducción, 2).

domingo, 29 de noviembre de 2009

2Co 1, 1-4 Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor

2Corintios 1

(2Co 1, 1-4) Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor

[1] Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, junto con todos los santos que viven en la provincia de Acaya. [2] Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. [3] Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, [4] que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios.

(C.I.C 2626) La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición. (C.I.C 2627) Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido (cf. Ef 1, 3-14; 2Co 1, 3-7; 1P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice; cf. 2Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).

sábado, 28 de noviembre de 2009

1Co 16, 23-24 Amo a todos ustedes en Cristo Jesús

(1Co 16, 23-24) Amo a todos ustedes en Cristo Jesús

[23] Que la gracia del Señor Jesús permanezca con ustedes. [24] Yo los amo a todos ustedes en Cristo Jesús.

(C.I.C 1130) La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20). Santo Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera" (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, 60, 3). (C.I.C 1403) En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: "Marana tha" (1Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).

viernes, 27 de noviembre de 2009

1Co 16, 20-22 «El Señor viene»

(1Co 16, 20-22) «El Señor viene»

[20] Todos los hermanos les envían saludos. Salúdense los unos a los otros con el beso santo. [21] Este es mi saludo, de puño y letra: Pablo. [22] ¡Si alguien no ama al Señor, que sea maldito! «El Señor viene».

(C.I.C 451) La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha ("¡el Señor viene!") o Marana tha ("¡Ven, Señor!") (1Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). (C.I.C 671) El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1Co 15, 28), y "mientras no […] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (Lumen gentium, 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1Co 16, 22; Ap 22, 17).

jueves, 26 de noviembre de 2009

1Co 16, 19 Los hermanos que se congregan en su casa

(1Co 16, 19) Los hermanos que se congregan en su casa

[19] Las Iglesias de la provincia de Asia les envían saludos. También los saludan en el Señor, Aquila y Priscila, junto con los hermanos que se congregan en su casa.

(C.I.C 1655) Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (Cf. Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (Cf. Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

1Co 16, 15-18 Consagrarse al servicio de los hermanos

(1Co 16, 15-18) Consagrarse al servicio de los hermanos

[15] Una recomendación más, hermanos. Ustedes saben que Estéfanas y su familia –los primeros que abrazaron la fe en Acaya– han decidido consagrarse al servicio de los hermanos. [16] Por eso, les ruego que ustedes, a su vez, sean solícitos con ellos, y no sólo con ellos, sino con todos los que colaboran en sus trabajos y esfuerzos. [17] Yo me alegré con la visita de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico. Ellos llenaron el vacío que ustedes habían dejado, [18] y han tranquilizado mi espíritu y el de ustedes. Sepan apreciarlos como corresponde.

(C.I.C 896) El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos hijos [...] Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (Lumen gentium, 27): “Obedeced todos al obispo como Jesucristo a su Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Smyrnaeos 8, 1). (C.I.C 901) "Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf. 1P 2, 5), que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios" (Lumen gentium, 34; 10).

martes, 24 de noviembre de 2009

1Co 16, 13-14 Permanezcan firmes en la fe

(1Co 16, 13-14) Permanezcan firmes en la fe

[13] Estén atentos, permanezcan firmes en la fe, compórtense varonilmente, sean fuertes. [14] Todo lo que hagan, háganlo con amor.

(C.I.C 2849) Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf. Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf. Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf. Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (cf. Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf. 1Co 16, 13; Col 4, 2; 1Ts 5, 6; 1P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15). (C.I.C 25) Para concluir esta presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano: “El camino mejor es el que el Apóstol […] mostró: Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el Amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor (Catecismo Romano,
Prefacio, 10).

lunes, 23 de noviembre de 2009

1Co 16, 5-12 Timoteo permanezca entre ustedes

(1Co 16, 5-12) Timoteo permanezca entre ustedes

[5] Yo iré a verlos, después de atravesar Macedonia donde estaré de paso. [6] Tal vez me quede con ustedes algún tiempo, a lo mejor durante todo el invierno, a fin de que me ayuden a proseguir viaje hasta el lugar de mi destino. [7] Porque no quiero verlos sólo de paso, sino que espero quedarme algún tiempo entre ustedes, si el Señor lo permite. [8] Mientras tanto, permaneceré en Éfeso hasta Pentecostés, [9] ya que se ha abierto una gran puerta para mi predicación, aunque los adversarios son numerosos. [10] Si llega antes Timoteo, procuren que permanezca entre ustedes sin ninguna clase de temor, porque él trabaja en la obra del Señor de la misma manera que yo. [11] Que nadie lo menosprecie. Ofrézcanle los medios necesarios para que se reúna conmigo, porque yo lo estoy esperando con los hermanos. [12] En cuanto a nuestro hermano Apolo, le insistí mucho para que fuera a visitarlos junto con los hermanos, pero él se negó rotundamente a hacerlo por ahora: irá cuando se le presente la ocasión.

(C.I.C 1590) San Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos" (2Tm 1,6), y "si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función" (1Tm 3,1). A Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1,5). (C.I.C 162) La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia. (C.I.C 1269) Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1Co 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf. 2Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1Co 16,15-16), a servirles (cf. Jn 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf. 1Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 37; CIC cánones 208-223; CCEO canon 675, § 2).

domingo, 22 de noviembre de 2009

1Co 16, 1-4 La colecta en beneficio de los santos

1Corintios 16

(1Co 16, 1-4) La colecta en beneficio de los santos

[1] En cuanto a la colecta en beneficio de los santos de Jerusalén, sigan las mismas instrucciones que di a las Iglesias de Galacia. [2] El primer día de la semana, cada uno de ustedes guarde en su casa lo que haya podido ahorrar, para que las donaciones no se recojan solamente a mi llegada. [3] Una vez allí, enviaré a los que ustedes hayan elegido, para que lleven a Jerusalén esas donaciones con una carta de recomendación. [4] Si conviene que yo también vaya, ellos viajarán conmigo.

(C.I.C 751) La palabra "Iglesia" [ekklèsia, del griego ek-kalein - "llamar fuera"] significa "convocación". Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de "Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término Kiriaké, del que se derivan las palabras church en inglés, y Kirche en alemán, significa "la que pertenece al Señor". (C.I.C 752) En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo. (C.I.C 1351) Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf. 1Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf. 2Co 8,9): “Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en necesidad” (San Justino, Apologia, 1, 67: PG 6, 429).

sábado, 21 de noviembre de 2009

1Co 15, 58 Permanezcan firmes e inconmovibles

(1Co 15, 58) Permanezcan firmes e inconmovibles

[58] Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por él no serán vanos.

(C.I.C 1019) Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación. (C.I.C 1020) El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad: “Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor” (Orden de recomendación de moribundos).

viernes, 20 de noviembre de 2009

1Co 15, 55-57 Gracias a Dios que nos ha dado la victoria

(1Co 15, 55-57) Gracias a Dios que nos ha dado la victoria

[55] ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? [56] Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. [57] ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!

(C.I.C 1014) La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Avemaría), y a confiarnos a San José, patrono de la buena muerte: “Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” (De imitatione Christi 1, 23, 5-8). “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios”! (San Francisco de Asís, Canticum Fratris Solis). (C.I.C 1018) Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir "la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado" (Gaudium et spes, 18). (C.I.C 1017) "Creemos […] en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora" (II Concilio de Lyon: DS 854). No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1Co 15, 42), un "cuerpo espiritual" (1Co 15, 44).

jueves, 19 de noviembre de 2009

1Co 15, 53-54 La muerte ha sido vencida

(1Co 15, 53-54) La muerte ha sido vencida

[53] Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad. [54] Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida.

(C.I.C 1011) En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): “Mi deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 7, 2). “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Santa Teresa de Jesús, Poesia 7). “Yo no muero, entro en la vida” (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre, 9 junio 1897). (C.I.C 1016) Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

1Co 15, 50-52 Nosotros seremos transformados

(1Co 15, 50-52) Nosotros seremos transformados

[50] Les aseguro, hermanos, que lo puramente humano no puede tener parte en el Reino de Dios, ni la corrupción puede heredar lo que es incorruptible. [51] Les voy a revelar un misterio: No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados. [52] En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final –porque esto sucederá– los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.

(C.I.C 1007) La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: “Acuérdate de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7). (C.I.C 1015) Caro salutis est cardo ("La carne es soporte de la salvación") (Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 8, 2: PL 2, 852). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.

martes, 17 de noviembre de 2009

1Co 15, 49 Imagen del hombre celestial

(1Co 15, 49) Imagen del hombre celestial

[49] De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial.

(C.I.C 364) El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1Co 6,19-20; 15,44-45): “Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día (Gaudium et spes, 14). (C.I.C 365) La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, (año 1312), DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. (C.I.C 504) Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf. Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).

lunes, 16 de noviembre de 2009

1Co 15, 42-48 Resucitarán cuerpos espirituales

(1Co 15, 42-48) Resucitarán cuerpos espirituales

[42] Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; [43] se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; [44] se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual. [45] Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida. [46] Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después. [47] El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo. [48] Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial.

(C.I.C 410) Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta. (C.I.C 411) La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobedencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).