martes, 30 de junio de 2009

Rm 12, 6-8 Todos tenemos aptitudes diferentes

(Rm 12, 6-8) Todos tenemos aptitudes diferentes
[6] Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. [7] El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. [8] El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.
(C.I.C 2004) Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia: “Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad” (Rm 12, 6-8). (C.I.C 2039) Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de entrega a la Iglesia en nombre del Señor (Cf. Rm 12, 8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada cual en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a la consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia.

Rm 12, 3-5 Todos formamos un solo Cuerpo en Cristo

(Rm 12, 3-5) Todos formamos un solo Cuerpo en Cristo
[3] En virtud de la gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. [4] Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, [5] también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros.
(C.I.C 1142) Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf. Presbiterorum Ordinis, 2 ; 15). El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos. (C.I.C 1372) San Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía: “Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal […] por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza [...] Tal es el sacrificio de los cristianos: ‘siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo’ (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma” (San Agustín, De civitate Dei, 10, 6: PL 41, 284).

lunes, 29 de junio de 2009

Rm 12, 2 No tomen como modelo a este mundo

(Rm 12, 2) No tomen como modelo a este mundo
[2] No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
(C.I.C 2826) Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (cf. Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (cf. Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21). (C.I.C 2520) El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue – mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso; – mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf. Rm. 12, 2; Col 1, 10); – mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: ‘la vista despierta la pasión de los insensatos’ (Sb 15, 5); – mediante la oración: “Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: […] que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado” (San Agustín, Confessiones, 6, 11, 20; PL 32, 729-730).

Rm 12, 1 Este es el culto espiritual que deben ofrecer

Romanos 12
(Rm 12, 1) Este es el culto espiritual que deben ofrecer
[1] Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer.
(C.I.C 2031) La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos ‘como una hostia viva, santa, agradable a Dios’ (Rm 12, 1) en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda de su Eucaristía. En la liturgia y en la celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan con la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. La vida moral, como el conjunto de la vida cristiana, tiene su fuente y su cumbre en el Sacrificio Eucarístico. (C.I.C 1368) La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda. En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.

domingo, 28 de junio de 2009

Rm 11, 30-36 Llena de riqueza es la sabiduría de Dios

(Rm 11, 30-36) Llena de riqueza es la sabiduría de Dios
[30] En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia. [31] De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. [32] Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos. [33] ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! [34] ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? [35] ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido? [36] Porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén.
(C.I.C 840) Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús. (C.I.C 778) La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de la tierra (cf. Ap 14,4).

Rm 11, 25-29 Los dones de Dios son irrevocables

(Rm 11, 25-29) Los dones de Dios son irrevocables
[25] Hermanos, no quiero que ignoren este misterio, a fin de que no presuman de ustedes mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la totalidad de los paganos. [26] Y entonces todo Israel será salvado, según lo que dice la Escritura: De Sión vendrá el Libertador. Él apartará la impiedad de Jacob. [27] Y esta será mi alianza con ellos, cuando los purifique de sus pecados. [28] Ahora bien, en lo que se refiere a la Buena Noticia, ellos son enemigos de Dios, a causa de ustedes; pero desde el punto de vista de la elección divina, son amados en atención a sus padres. [29] Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.
(C.I.C 1870) “Dios encerró […] a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia” (Rm 11, 32). (C.I.C 839) "[…] Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras" (Lumen gentium, 16): La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío (cf. Nostra aetate, 4) "a quien Dios nuestro Seño ha hablado primero" (Viernes Santo en la Pasión del Señor, Oración universal VI, Misal Romano). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas […] y los patriarcas; de todo lo cual […] procede Cristo según la carne" (cf. Rm 9, 4-5), "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).

sábado, 27 de junio de 2009

Rm 11, 16-24 Tú, en cambio, estás firme gracias a la fe

(Rm 11, 16-24) Tú, en cambio, estás firme gracias a la fe
[16] Si las primicias son santas, también lo es toda la masa; si la raíz es santa, también lo son las ramas. [17] Si algunas de las ramas fueron cortadas, y tú, que eres un olivo silvestre, fuiste injertado en lugar de ellas, haciéndote partícipe de la raíz y de la savia del olivo, [18] no te enorgullezcas frente a las ramas. Y si lo haces, recuerda que no eres tú quien mantiene a la raíz, sino la raíz a ti. [19] Me dirás: Estas ramas han sido cortadas para que yo fuera injertado. [20] De acuerdo, pero ellas fueron cortadas por su falta de fe; tú, en cambio, estás firme gracias a la fe. No te enorgullezcas por eso; más bien, teme. [21] Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti. [22] Considera tanto la bondad cuanto la severidad de Dios: él es severo para con los que cayeron y es bueno contigo, siempre y cuando seas fiel a su bondad; de lo contrario, también tú serás arrancado. [23] Y si ellos no persisten en su incredulidad, también serán injertados, porque Dios es suficientemente poderoso para injertarlos de nuevo. [24] En efecto, si tú fuiste cortado de un olivo silvestre, al que pertenecías naturalmente, y fuiste injertado contra tu condición natural en el olivo bueno, ¡cuánto más ellos podrán ser injertados en su propio olivo, al que pertenecen por naturaleza!
(C.I.C 755) "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 y paralelos; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada” (Jn 15, 1-5; Lumen gentium, 6). (C.I.C 60) El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18. 24).

Rm 11, 11-15 La salvación llegó a los paganos

(Rm 11, 11-15) La salvación llegó a los paganos
[11] Yo me pregunto entonces: ¿El tropiezo de Israel significará su caída definitiva? De ninguna manera. Por el contrario, a raíz de su caída, la salvación llegó a los paganos, a fin de provocar los celos de Israel. [12] Ahora bien, si su caída enriqueció al mundo y su disminución a los paganos, ¿qué no conseguirá su conversión total? [13] A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio [14] provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. [15] Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?
(C.I.C 674) La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (Cf. Rm 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Cf. Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Cf. Rm 11, 25) en "la incredulidad" (Rm 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1Co 15, 28).

viernes, 26 de junio de 2009

Rm 11, 1-10 Dios no ha rechazado a su Pueblo

Romanos 11
(Rm 11, 1-10) Dios no ha rechazado a su Pueblo
[1] Entonces me pregunto: ¿Dios habrá rechazado a su Pueblo? ¡Nada de eso! Yo mismo soy israelita, descendiente de Abraham y miembro de la tribu de Benjamín. [2] Dios no ha rechazado a su Pueblo, al que eligió de antemano. ¿Ustedes no saben acaso lo que dice la Escritura en la historia de Elías? Él se quejó de Israel delante de Dios, diciendo: [3] Señor, han matado a tus profetas, destruyeron tus altares; he quedado yo solo y tratan de quitarme la vida. [4] ¿Y qué le respondió el oráculo divino?: Me he reservado siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal. [5] Así, en el tiempo presente, hay también un resto elegido gratuitamente. [6] Y si es por gracia, no es por las obras; de lo contrario, la gracia no sería gracia. [7] ¿Qué conclusión sacaremos de esto? Que Israel no alcanzó lo que buscaba, sino que lo consiguieron los elegidos; en cuanto a los demás, se endurecieron, [8] según la palabra de la Escritura: Dios los insensibilizó, para que sus ojos no vean y sus oídos no escuchen hasta el día de hoy. [9] Y David añade: Que su mesa se convierta en una trampa y en un lazo, en ocasión de caída y en justo castigo. [10] Que se nublen sus ojos para que no puedan ver, y doblégales la espalda para siempre.
(C.I.C 218) A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2). (C.I.C 219) El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). (C.I.C 220) El amor de Dios es "eterno" (Is 54,8). "Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará" (Is 54,10). "Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3).

Rm 10, 18-21 Por toda la tierra se extiende su voz

(Rm 10, 18-21) Por toda la tierra se extiende su voz
[18] Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo. [19] Pero vuelvo a preguntarme: ¿Es posible que Israel no haya comprendido? Ya lo dijo Moisés: Yo los pondré celosos con algo que no es un pueblo, los irritaré con una nación insensata. [20] E Isaías se atreve a decir: Me encontraron los que no me buscaban y me manifesté a aquellos que no preguntaban por mí. [21] De Israel, en cambio, afirma: Durante todo el día tendí mis manos a un pueblo infiel y rebelde.
(C.I.C 143) Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. Dei verbum, 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16. 26). (C.I.C 144) Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. (C.I.C 145) La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17). (C.I.C 148) La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48). (C.I.C 149) Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

jueves, 25 de junio de 2009

Rm 10, 13-17 La fe nace de la Palabra de Cristo

(Rm 10, 13-17) La fe nace de la Palabra de Cristo
[13] Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. [14] Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? [15] ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! [16] Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación? [17] La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
(C.I.C 2738) La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres. (C.I.C 2739) En San Pablo, esta confianza es audaz (cf. Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf. Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición. (C.I.C 1122) Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra: “El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo [...]. Necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (Presbiterorum Ordinis, 4).

Rm 10, 5-12 El que cree en él, no quedará confundido

(Rm 10, 5-12) El que cree en él, no quedará confundido
[5] Moisés, en efecto, escribe acerca de la justicia que proviene de la Ley: El hombre que la practique vivirá por ella. [6] En cambio, la justicia que proviene de la fe habla así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?, esto es, para hacer descender a Cristo. [7] O bien: ¿Quién descenderá al Abismo?, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. [8] ¿Pero qué es lo que dice la justicia?: La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros predicamos. [9] Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. [10] Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. [11] Así lo afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido. [12] Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan.
(C.I.C 432) El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados. Él es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; 9, 14; St 2, 7). (C.I.C 449) Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo en su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11). (C.I.C 14) Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios. El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo - la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia. (C.I.C 187) Se llama a estas síntesis de la fe "profesiones de fe" porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama "Credo" por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente : "Creo". Se les denomina igualmente "Símbolos de la fe".

miércoles, 24 de junio de 2009

Rm 10, 1-4 Rehusaron someterse a la justicia de Dios

Romanos 10
(Rm 10, 1-4) Rehusaron someterse a la justicia de Dios
[1] Hermanos, mi mayor deseo y lo que pido en mi oración a Dios es que ellos se salven. [2] Yo atestiguo en favor de ellos que tienen celo por Dios, pero un celo mal entendido. [3] Porque desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la suya propia, rehusaron someterse a la justicia de Dios, [4] ya que el término de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree.
(C.I.C 1937) “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras: “¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno toda o dándole a este una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros [...] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7). (C.I.C 1953) La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo Él enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm 10, 4). (C.I.C 1985) La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad. (C.I.C 1983) La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y se sirve de los sacramentos para comunicarnos la gracia. (C.I.C 1984) La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando el corazón que es la raíz de los actos.

Rm 9, 25-33 Serán llamados «Hijos del Dios viviente»

(Rm 9, 25-33) Serán llamados «Hijos del Dios viviente»
[25] Esto es lo que dice Dios por medio de Oseas: Al que no era mi pueblo, lo llamaré «Mi pueblo», y a la que no era mi amada la llamaré «Mi amada». [26] Y en el mismo lugar donde se les dijo: «Ustedes no son mi pueblo», allí mismo serán llamados «Hijos del Dios viviente». [27] A su vez, Isaías proclama acerca de Israel: Aunque los israelitas fueran tan numerosos como la arena del mar, sólo un resto se salvará, [28] porque el Señor cumplirá plenamente y sin tardanza su palabra sobre la tierra. [29] Y como había anticipado el profeta Isaías: Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un germen, habríamos llegado a ser como Sodoma, seríamos semejantes a Gomorra. [30] ¿Qué conclusión sacaremos de todo esto? Que los paganos que no buscaban la justicia, alcanzaron la justicia, la que proviene de la fe; [31] mientras que Israel, que buscaba una ley de justicia, no llegó a cumplir esa ley. [32] ¿Por qué razón? Porque no recurrieron a la fe sino a las obras. De este modo chocaron contra la piedra de tropiezo, [33] como dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer, pero el que cree en él, no quedará confundido.
(C.I.C 1953) La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo Él enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm 10, 4). (C.I.C 1990) La justificación libera al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana. (C.I.C 1991) La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina. (C.I.C 1993) La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia: “Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir aquella inspiración, pueso que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él” (Concilio de Trento: DS 1525).

martes, 23 de junio de 2009

Rm 9, 19-24 Tú, ¿quién eres para discutir con Dios?

(Rm 9, 19-24) Tú, ¿quién eres para discutir con Dios?
[19] Tú me podrás objetar: Entonces, ¿qué puede reprocharnos Dios? ¿Acaso alguien puede resistir a su voluntad? [20] Pero tú, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Puede el objeto modelado decir al que lo modela: Por qué me haces así? [21] ¿No es el alfarero dueño de su arcilla, para hacer de un mismo material una vasija fina o una ordinaria? [22] ¿Qué podemos reprochar a Dios, si queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia a quienes atrajeron su ira y merecieron la perdición? [23] Y si él quiso manifestar la riqueza de su gloria en los que recibieron su misericordia, en los que él predestinó para la gloria, [24] en nosotros, que fuimos llamados por él, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos, ¿qué podemos reprocharle?
(C.I.C 2822) La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres […] se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 4). Él "usa de paciencia […] no queriendo que algunos perezcan" (2P 3, 9; cf. Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 13, 34; 1Jn 3; 4; Lc 10, 25-37). (C.I.C 2823) Él nos ha dado a "conocer […] el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano [...] hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza [...] a Él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo. 2822 2823 (C.I.C 211) El Nombre Divino "Yo soy" o "Él es" expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28).

Rm 9, 14-18 Todo depende de la misericordia de Dios

(Rm 9, 14-18) Todo depende de la misericordia de Dios
[14] ¿Diremos por eso que Dios es injusto? ¡De ninguna manera! [15] Porque él dijo a Moisés: Seré misericordioso con el que yo quiera, y me compadeceré del que quiera compadecerme. [16] En consecuencia, todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios. [17] Porque la Escritura dice al Faraón: Precisamente para eso te he exaltado, para que en ti se manifieste mi poder y para que mi Nombre sea celebrado en toda la tierra. [18] De manera que Dios tiene misericordia del que él quiere y endurece al que él quiere.
(C.I.C 277) Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia ("Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas..." -"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...") (Domingo XXVI del tiempo Ordinario. Colecta: Misal Romano). (C.I.C 271) La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: "En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1, 25, 5, 1).

lunes, 22 de junio de 2009

Rm 9, 6-13 Son los hijos de la promesa

(Rm 9, 6-13) Son los hijos de la promesa
[6] No es cierto que la palabra de Dios haya caído en el vacío. Porque no todos los que descienden de Israel son realmente israelitas. [7] Como tampoco todos los descendientes de Abraham son hijos suyos, sino que como dice la Escritura: De Isaac nacerá tu descendencia. [8] Esto quiere decir que los hijos de Dios no son los que han nacido de la carne, y que la verdadera descendencia son los hijos de la promesa. [9] Porque así dice la promesa: Para esta misma fecha volveré, y entonces Sara tendrá un hijo. [10] Y esto no es todo: está también el caso de Rebeca que concibió dos hijos de un solo hombre, Isaac, nuestro padre. [11] Antes que nacieran los niños, antes que pudieran hacer el bien o el mal –para que resaltara la libertad de la elección divina, [12] que no depende de las obras del hombre, sino de aquel que llama– Dios le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor, [13] según lo que dice la Escritura: Preferí a Jacob, en lugar de Esaú.
(C.I.C 60) El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18. 24). (C.I.C 705) Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que da la Vida". (C.I.C 706) Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).

Rm 9, 1-5 A ellos pertenecen la adopción filial la gloria

Romanos 9
(Rm 9, 1-5) A ellos pertenecen la adopción filial la gloria
[1] Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. [2] Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. [3] Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. [4] Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. [5] A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente.
(C.I.C 839) "[…] Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras" (Lumen gentium, 16): La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío (cf. Nostra aetate, 4) "a quien Dios nuestro Seño ha hablado primero" (Viernes Santo en la Pasión del Señor, Oración universal VI, Misal Romano). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas […] y los patriarcas; de todo lo cual […] procede Cristo según la carne" (cf. Rm 9, 4-5), "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29). (C.I.C 840) Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús.

domingo, 21 de junio de 2009

Rm 8, 37-39 Nada podrá separarnos del amor de Dios

(Rm 8, 37-39) Nada podrá separarnos del amor de Dios
[37] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. [38] Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, [39] ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
(C.I.C 257) O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (Himno de las segundas Vísperas del Domingo, Semanas 2 y 4: Liturgia de las Horas). Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. Ad gentes, 2-9). (C.I.C 736) Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25): “Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de llamar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto 15, 36: PG 32, 132). (C.I.C 735) Él nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).

Rm 8, 32-36 Dios es el que justifica

(Rm 8, 32-36) Dios es el que justifica
[32] El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? [33] ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. [34] ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? [35] ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? [36] Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero.
(C.I.C 1741) Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga 5,1). En Él participamos de ‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, ‘donde está el Espíritu, allí está la libertad’ (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la ‘libertad de los hijos de Dios’ (Rm 8,21). (C.I.C 381) El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre -"imagen del Dios invisible" (Col 1,15)-, para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Ef 1,3-6; Rm 8,29). (C.I.C 2013) ‘Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (Lumen gentium, 40). Todos son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48): “Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo […] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos” (Lumen gentium, 40).

sábado, 20 de junio de 2009

Rm 8, 28-31 Dios dispone todas las cosas para el bien

(Rm 8, 28-31) Dios dispone todas las cosas para el bien
[28] Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. [29] En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; [30] y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. [31] ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
(C.I.C 313) "En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8, 28). E1 testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad: Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin" (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 138). Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (Margarita Roper, Epistula ad Aliciam Allington, (agosto 1534): Correspondence of Sir Thomás More). Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe […] y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien [...] Tú misma verás que todas las cosas serán para bien " "Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well" (Juliana de Norwich, Revelatio, 13, 32). (C.I.C 314) Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf. Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.

Rm 8, 26-27 El Espíritu intercede por nosotros

(Rm 8, 26-27) El Espíritu intercede por nosotros
[26] Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. [27] Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.
(C.I.C 741) "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo). (C.I.C 2735) He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo? (C.I.C 2736) ¿Estamos convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf. Rm 8, 27). (C.I.C 2737) "No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, "adúltero" (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. "¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que Él ha hecho habitar en nosotros" (St 4,5)? Nuestro Dios está "celoso" de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados: “No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cuando perseveras en la oración” (Evagrio Pontico, De oratione, 34: PG 79, 1173). Él quiere “que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos” (San Agustín, Epistula 130, 8, 17: PL 33, 500).

viernes, 19 de junio de 2009

Rm 8, 24-25 Solamente en esperanza estamos salvados

(Rm 8, 24-25) Solamente en esperanza estamos salvados
[24] Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? [25] En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.
(C.I.C 1817) La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (Hb 10,23). Este es ‘el Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’ (Tt 3, 6-7). (C.I.C 1818) La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. (C.I.C 2016) Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (Cf. Concilio de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la ‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, […] que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).

Rm 8, 18-23 La gloriosa libertad de los hijos de Dios

(Rm 8, 18-23) La gloriosa libertad de los hijos de Dios
[18] Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. [19] En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. [20] Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. [21] Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. [22] Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. [23] Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
(C.I.C 293) Es una verdad fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios" (Concilio Vaticano I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas, explica san Buenaventura, "non […] propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") (San Buenaventura, In secundum librum Sententiarum, dist. 1, 2, 2, 1). Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas") (Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum Sententiarum, Prologus). Y el Concilio Vaticano I explica: El solo verdadero Dios, en su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por los bienes que otorga a sus criaturas, con libérrimo designio, justamente desde en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y otra criatura (Concilio Vaticano I: DS 3002). (C.I.C 294) La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7: PG 7, 1037). El fin último de la creación es que Dios, "Creador de todos los seres, se haga por fin ‘todo en todas las cosas’ (1Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (Ad gentes, 2).

jueves, 18 de junio de 2009

Rm 8, 14-17 El espíritu de hijos adoptivos

(Rm 8, 14-17) El espíritu de hijos adoptivos
[14] Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. [15] Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! [16] El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. [17] Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
(C.I.C 1996) Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (Cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (Cf. Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (Cf. 2P 1, 3-4), de la vida eterna (Cf. Jn 17, 3). (C.I.C 1997) La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora llamar ‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia. (C.I.C 1265) El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf. Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" ( 2P 1,4), miembro de Cristo (cf. 1Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf. 1Co 6,19).

Rm 8, 10-13 Si el Espíritu habita en ustedes

(Rm 8, 10-13) Si el Espíritu habita en ustedes
[10] Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. [11] Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. [12] Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. [13] Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.
(C.I.C 658) Cristo, "el primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18), es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma (cf. Rm 6, 4), más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Rm 8, 11). (C.I.C 990) El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

miércoles, 17 de junio de 2009

Rm 8, 1-9 La ley del Espíritu que da la Vida te ha librado

Romanos 8
(Rm 8, 1-9) La ley del Espíritu que da la Vida te ha librado
[1] Por lo tanto, ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. [2] Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, te ha librado, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte. [3] Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado. Así él condenó el pecado en la carne, [4] para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu. [5] En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. [6] Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, [7] porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. [8] Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. [9] Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo.
(C.I.C 691) "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19). El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo". (C.I.C 693) Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).

Rm 7, 14-25 Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor

(Rm 7, 14-25) Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor
[14] Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. [15] Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. [16] Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. [17] Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, [18] porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. [19] Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. [20] Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. [21] De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. [22] Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, [23] pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. [24] ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? [25] ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.
(C.I.C 405) Aunque propio de cada uno (cf. Concilio de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual. (C.I.C 408) Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. Reconciliatio et paenitentia, 16). (C.I.C 1741) Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga 5,1). En Él participamos de ‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, ‘donde está el Espíritu, allí está la libertad’ (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la ‘libertad de los hijos de Dios’ (Rm 8,21).

martes, 16 de junio de 2009

Rm 7, 7-13 Sin la Ley el pecado es cosa muerta

(Rm 7, 7-13) Sin la Ley el pecado es cosa muerta
[7] ¿Diremos entonces que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la Ley. En efecto, hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. [8] Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, provocó en mí toda suerte de codicia, porque sin la Ley, el pecado es cosa muerta. [9] Hubo un tiempo en que yo vivía sin Ley, pero al llegar el precepto, tomó vida el pecado, [10] y yo, en cambio, morí. Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte. [11] Porque el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y, por medio del precepto, me causó la muerte. [12] De manera que la Ley es santa, como es santo, justo y bueno el precepto. [13] ¿Pero es posible que lo bueno me cause la muerte? ¡De ningún modo! Lo que pasa es que el pecado, a fin de mostrarse como tal, se valió de algo bueno para causarme la muerte, y así el pecado, por medio del precepto, llega a la plenitud de su malicia.
(C.I.C 2542) “La Ley confiada a Israel nunca fue suficiente para justificar a los que le estaban sometidos; incluso vino a ser instrumento de la ‘concupiscencia’ (cf. Rm 7, 7). La inadecuación entre el querer y el hacer (cf. Rm 7,10) manifiesta el conflicto entre la ‘ley de Dios’, que es la ‘ley de la razón’, y la otra ley que ‘me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros’ (Rm 7, 23). (C.I.C 1994) La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la justificación del impío […] es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra’ […] porque ‘el cielo y la tierra pasarán, mientras […] la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán’ (San Agustín, In Johannis evangelium tractatus, 72, 3: PL 35, 1823). Dice incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.

Rm 7, 1-6 Hemos sido liberados de la Ley

Romanos 7
(Rm 7, 1-6) Hemos sido liberados de la Ley
[1] ¿Acaso ustedes ignoran, hermanos –hablo a gente que entiende de leyes– que el hombre está sujeto a la ley únicamente mientras vive? [2] Así, una mujer casada permanece ligada por la ley a su esposo mientras él viva; pero al morir el esposo, queda desligada de la ley que la unía a él. [3] Por lo tanto, será tenida por adúltera si en vida de su marido, se une a otro hombre. En cambio, si su esposo muere, quedará desligada de la ley, y no será considerada adúltera si se casa con otro hombre. [4] De igual manera, hermanos, por la unión con el cuerpo de Cristo, ustedes han muerto a la Ley, para pertenecer a otro, a aquel que resucitó a fin de que podamos dar frutos para Dios. [5] Porque mientras vivíamos según la naturaleza carnal, las malas pasiones, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros para hacernos producir frutos de muerte. [6] Pero ahora, muertos a todo aquello que nos tenía esclavizados, hemos sido liberados de la Ley, de manera que podamos servir a Dios con un espíritu nuevo y no según una letra envejecida.
(C.I.C 1963) Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12) espiritual (cf. Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7, 16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una ‘ley de concupiscencia’ (cf. Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.

lunes, 15 de junio de 2009

Rm 6, 20-23 El don gratuito de Dios es la Vida eterna

(Rm 6, 20-23) El don gratuito de Dios es la Vida eterna
[20] Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia. [21] Pero, ¿qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. [22] Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. [23] Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.
(C.I.C 1006) "Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (Gaudium et spes, 18). En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11). (C.I.C 1010) Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor: “Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2).

Rm 6, 15-19 Han llegado a ser servidores de la justicia

(Rm 6, 15-19) Han llegado a ser servidores de la justicia
[15] ¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! [16] ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? [17] Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron confiados, [18] y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia. [19] Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.
(C.I.C 197) Como en el día de nuestro Bautismo, cuando toda nuestra vida fue confiada "a la regla de doctrina" (Rom 6,17), acogemos el Símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos: “Este Símbolo es el sello espiritual […] es la meditación de nuestro corazón y el guardián siempre presente, es, con toda certeza, el tesoro de nuestra alma” (San Ambrosio, Explanatio symboli, 1: PL 17, 1193). (C.I.C 1733) En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a “la esclavitud del pecado” (Cf. Rm 6, 17). (C.I.C 1995) El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al ‘hombre interior’ (Rm 7, 22 ; Ef 3, 16), la justificación implica la santificación de todo el ser: “Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad [...] al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19. 22).

domingo, 14 de junio de 2009

Rm 6, 7-14 Hemos muerto con Cristo viviremos con él

(Rm 6, 7-14) Hemos muerto con Cristo viviremos con él
[7] Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. [8] Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. [9] Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. [10] Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. [11] Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. [12] No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. [13] Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. [14] Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia.
(C.I.C 537) Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4): “Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369). “Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios” (San Hilario de Poitiers, In Evangelium Matthaei 2, 6: Pl 9, 927). (C.I.C 977) Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).

Rm 6, 1-6 Fuimos bautizados en Cristo Jesús

Romanos 6
(Rm 6, 1-6) Fuimos bautizados en Cristo Jesús
[1] ¿Qué diremos entonces? ¿Que debemos seguir pecando para que abunde la gracia? [2] ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? [3] ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? [4] Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. [5] Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. [6] Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.
(C.I.C 1214) Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cf. Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2Co 5,17; Ga 6,15). (C.I.C 1227) Según el apóstol San Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,3-4; cf. Col 2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf. 1Co 6,11; 12,13). (C.I.C 1987) La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos la justicia de Dios por la fe en Jesucristo (Rm 3, 22) y por el Bautismo (cf. Rm 6, 3-4): “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 8-11).

sábado, 13 de junio de 2009

Rm 5, 21 La gracia reinará por medio de Jesucristo

(Rm 5, 21) La gracia reinará por medio de Jesucristo
[21] Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.
(C.I.C 412) Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: "La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (Sermo 73, 4: PL 54, 151). Y santo Tomás de Aquino: "Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Y en la bendición del Cirio Pascual: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!” (Summa theologiae, 3, 1, 3, 3). (C.I.C 420) La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). (C.I.C 1848) Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia’ (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado: “La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior dela propia consciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito”. (Dominum et vivificantem, 31).

Rm 5, 20 Abundó el pecado sobreabundó la gracia

(Rm 5, 20) Abundó el pecado sobreabundó la gracia
[20] Es verdad que la Ley entró para que se multiplicaran las transgresiones, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
(C.I.C 312) Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios [...] aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir [...] un pueblo numeroso" (Gn 45, 8; 50, 20; cf Tb 2, 12-18 vulg.). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf. Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien. (C.I.C 385) Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice san Agustín (Confessiones, 7, 7, 1: PL 32, 739), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio […] de la iniquidad" (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio de la piedad" (1Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1Jn 3,8).

viernes, 12 de junio de 2009

Rm 5, 19 Todos se convertirán en justos

(Rm 5, 19) Todos se convertirán en justos
[19] Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
(C.I.C 397) El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad. (C.I.C 532) Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19). (C.I.C 516) Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1Jn 4,9) inclusos con los rasgos más sencillos de sus misterios. (C.I.C 623) Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte […] de cruz" (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos" (cf. Is 53, 11; Rm 5, 19). (C.I.C 410) Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta. (C.I.C 411) La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobedencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).

Rm 5, 18 Para todos los hombres la justificación

(Rm 5, 18) Para todos los hombres la justificación
[18] Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la -condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.
(C.I.C 388) Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor. (C.I.C 402) Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. san Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo [la de Cristo] procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18). (C.I.C 604) Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10. 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). (C.I.C 605) Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Concilio de Quiercy (año 853): DS 624).

jueves, 11 de junio de 2009

Rm 5, 15-17 Vivirán y reinarán por medio de Jesucristo

(Rm 5, 15-17) Vivirán y reinarán por medio de Jesucristo
[15] Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. [16] Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. [17] En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
(C.I.C 602) En consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), "a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5, 21). (C.I.C 612) El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida", de "el que vive" (cf. Hch 3, 15), Viventis (cf. Ap 1, 18; Jn 1, 4; 5, 26), assumpta. Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24).

Rm 5, 12-14 La muerte reinó desde Adán hasta Moisés

(Rm 5, 12-14) La muerte reinó desde Adán hasta Moisés
[12] Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. [13] En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. [14] Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
(C.I.C 399) La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5). (C.I.C 400) La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12). (C.I.C 402) Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. san Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo [la de Cristo] procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18). (C.I.C 1008) La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. Concilio de Trento: DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (Gaudium et spes, 18), es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1Co 15, 26).