domingo, 30 de noviembre de 2008

Jn 7, 18 Ese dice la verdad y no hay nada de falso en él

(Jn 7, 18) Ese dice la verdad y no hay nada de falso en él
[18] El que habla por su cuenta busca su propia gloria, pero el que busca la gloria de aquel que lo envió, ese dice la verdad y no hay nada de falso en él.
(C.I.C 2059) Las ‘diez palabras’ son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía (‘el Señor os habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego’: Dt 5, 4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo. (C.I.C 2036) La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios (Cf. Dignitatis humanae, 14). (C.I.C 2051) La infalibilidad del Magisterio de los pastores se extiende a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas. (C.I.C 2050) El Romano Pontífice y los obispos, como maestros auténticos, predican al pueblo de Dios la fe que debe ser creída y aplicada a las costumbres. A ellos corresponde también pronunciarse sobre las cuestiones morales que atañen a la ley natural y a la razón. (C.I.C 2048) Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la vida moral y cristiana, unida a la liturgia, y que se alimenta de ella. (C.I.C 2049) El Magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y la predicación tomando como base el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo hombre.

Jn 7, 15-17 Mi enseñanza es de aquel que me envió

(Jn 7, 15-17) Mi enseñanza es de aquel que me envió
[15] Los judíos, admirados, decían: «¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?». [16] Jesús les respondió: «Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. [17] El que quiere hacer la voluntad de Dios conocerá si esta enseñanza es de Dios o si yo hablo por mi cuenta.
(C.I.C 2060) El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios con los suyos. Según el libro del Exodo, la revelación de las ‘diez palabras’ es concedida entre la proposición de la Alianza (Cf. Ex 19) y su ratificación (Cf. Ex 24), después que el pueblo se comprometió a ‘hacer’ todo lo que el Señor había dicho y a ‘obedecerlo’ (Cf. Ex 24, 7). El Decálogo no es transmitido sino tras el recuerdo de la Alianza (‘el Señor, nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5, 2). (C.I.C 2047) La vida moral es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en la liturgia y la celebración de los sacramentos. (C.I.C 427) "En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca [...] Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16)" (Catechesi tradendae, 6). (C.I.C 2033) El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha transmitido de generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el ‘depósito’ de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padre Nuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres. (C.I.C 2034) El Romano Pontífice y los obispos como ‘maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo [...] predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica’ (Lumen gentium, 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar. (C.I.C 2035) El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina (Lumen gentium, 25); se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas (Cf. Mysterium ecclesiae, 3).

sábado, 29 de noviembre de 2008

Jn 7, 11-14 Jesús era el comentario de la multitud

(Jn 7, 11-14) Jesús era el comentario de la multitud
[11] Los judíos lo buscaban durante la fiesta y decían: «¿Dónde está ese?». [12] Jesús era el comentario de la multitud. Unos opinaban: «Es un hombre de bien». Otros, en cambio, decían: «No, engaña al pueblo». [13] Sin embargo, nadie hablaba de él abiertamente, por temor a los judíos. [14] Promediaba ya la celebración de la fiesta, cuando Jesús subió al Templo y comenzó a enseñar.
(C.I.C 578) Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).

Jn 7, 9-10 Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver

(Jn 7, 9-10) Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver
[9] Después de decirles esto, permaneció en Galilea. [10] Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
(C.I.C 600) Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18). (C.I.C 672) Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf. Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" (1Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1Jn 2, 18; 4, 3; 1Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

viernes, 28 de noviembre de 2008

Jn 7, 6-8 Mi tiempo no ha llegado todavía

(Jn 7, 6-8) Mi tiempo no ha llegado todavía
[6] Jesús les dijo: «Mi tiempo no ha llegado todavía, mientras que para ustedes cualquier tiempo es bueno. [7] El mundo no tiene por qué odiarlos a ustedes; me odia a mí, porque atestiguo contra él que sus obras son malas. [8] Suban ustedes para la fiesta. Yo no subo a esa fiesta, porque mi tiempo no se ha cumplido todavía».
(C.I.C 479) En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana. (C.I.C 559) ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

Jn 7, 1-5 Ni sus propios hermanos creían en él

Juan 7
(Jn 7, 1-5) Ni sus propios hermanos creían en él
[1] Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. [2] Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, [3] y sus hermanos le dijeron: «No te quedes aquí; ve a Judea, para que también tus discípulos de allí vean las obras que haces. [4] Cuando uno quiere hacerse conocer, no actúa en secreto; ya que tú haces estas cosas, manifiéstate al mundo». [5] Efectivamente, ni sus propios hermanos creían en él.
(C.I.C 2250) ‘La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar’ (Gaudium et spes, 47). (C.I.C 2553) La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital. (C.I.C 2539) La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal: San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por excelencia’ (San Agustín, De disciplina christiana, 7, 7: PL 40, 673; Id., Epistula 108: PL 33, 410). ‘De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45, 88: PL 76, 621). (C.I.C 2554) El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el abandono en la providencia de Dios. (C.I.C 2540) La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad: “¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilia 7, 5: PG 60, 448).

jueves, 27 de noviembre de 2008

Jn 6, 67-71 Señor Tú tienes palabras de Vida eterna

(Jn 6, 67-71) Señor Tú tienes palabras de Vida eterna
[67] Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». [68] Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. [69] Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». [70] Jesús continuó: «¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio». [71] Jesús hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, que era uno de los Doce, el que lo iba a entregar.
(C.I.C 440) Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36). (C.I.C 438) La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre entendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 3, 18, 3: PG 7, 934). Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo, por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios" (Cf. Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).

Jn 6, 64-66 Hay entre ustedes algunos que no creen

(Jn 6, 64-66) Hay entre ustedes algunos que no creen
[64] Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. [65] Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». [66] Desde ese momento, muchos de sus c se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
(C.I.C 472) Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7). (C.I.C 473) Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. San Gregorio Magno, Epistula Sicut aqua: DS 475). “El Hijo de Dios conocía todas las cosas; y esto por si mismo, que se había revestido de la condición humana; no por su naturaleza, sino en cuanto estaba unida al Verbo […]. La naturaleza humana, en cuanto che estaba unida al Verbo, conocía todas las cosas, incluso las divinas, y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios" (San Máximo Confesor, Quaestiones et dubia, Q. 1, 67: PG 90, 840). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, mostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.). (C.I.C 474) Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Jn 6, 60-63 Las palabras que les dije son Espíritu y Vida

(Jn 6, 60-63) Las palabras que les dije son Espíritu y Vida
[60] Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». [61] Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? [62] ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? [63] El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
(C.I.C 1336) El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6, 60). La Eucaristía y la cruz son piedras de escándalo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6, 68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo. (C.I.C 729) Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio. (C.I.C 2766) Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf. Mt 6, 7; 1R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu […] y vida" (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

Jn 6, 58-59 El que coma de este pan vivirá eternamente

(Jn 6, 58-59) El que coma de este pan vivirá eternamente
[58] Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». [59] Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
(C.I.C 1457) Según el mandamiento de la Iglesia "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una vez la año, fielmente sus pecados graves" (CIC canon 989; cf. Concilio de Trento: DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental (cf. Concilio de Trento: DS 1647; 1661) a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (cf. CIC, can. 916; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez la Sagrada Comunión (CIC canon 914). (C.I.C 1458) Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf. Concilio de Trento: DS 1680; CIC canon 988, § 2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf. Lc 6,36): “Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace la pace con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. Hombre y pecador son dos cosas distintas; cuando oyes, hombre, oyes lo que hizo Dios; cuando oyes, pecador, oyes, lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tu buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. […] Practicas la verdad y vienes a la luz” (S. Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 12, 13: PL 35, 1491).

martes, 25 de noviembre de 2008

Jn 6, 55-57 El que me come vivirá por mí

(Jn 6, 55-57) El que me come vivirá por mí
[55] Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. [56] El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. [57] Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
(C.I.C 2837) "De cada día". La palabra griega, epiousion, sólo se emplea en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf. Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf. 1Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion "lo más esencial"), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf. Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día". “La Eucaristía es nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación” (San Agustín, Sermo 57, 7, 7: PL 38, 389-390). “El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf. Jn 6, 51). Cristo mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7: PL 52, 402). (C.I.C 1462) El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial (Lumen gentium, 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf. CIC cánones 844; 967-969, 972; CCEO canon 722, §§ 3-4).

Jn 6, 52-54 El que come mi carne tiene Vida eterna

(Jn 6, 52-54) El que come mi carne tiene Vida eterna
[52] Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». [53] Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no judíos discutían en ustedes. [54] El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
(C.I.C 1338) Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf. Jn 6). (C.I.C 1406) Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre [...] El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna [...] permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51. 54. 56). (C.I.C 1407) La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Jn 6, 48-51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo

(Jn 6, 48-51) Yo soy el pan vivo bajado del cielo
[48] Yo soy el pan de Vida. [49] Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. [50] Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. [51] Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
(C.I.C 1334) En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. (C.I.C 1094) Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf. Dei Verbum, 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf. Lc 24,13- 49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf. 2Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf. 1P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf. 1Co 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo".

Jn 6, 41-47 El que cree tiene Vida eterna

(Jn 6, 41-47) El que cree tiene Vida eterna
[41] Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». [42] Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: “Yo he bajado del cielo”?». [43] Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. [44] Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. [45] Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. [46] Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. [47] Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
(C.I.C 606) El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31). (C.I.C 2824) En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; cf. Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a El" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf. Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados […] según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10). (C.I.C 161) Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 y en otros lugares). "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Dei Filius: DS 3012; cf. Concilio de Trento: DS 1532).

domingo, 23 de noviembre de 2008

Jn 6, 34-40 Yo soy el pan de Vida.

(Jn 6, 34-40) Yo soy el pan de Vida.
[34] Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». [35] Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. [36] Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. [37] Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, [38] porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. [39] La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. [40] Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día».
(C.I.C 1409) La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica. (C.I.C 1399) Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen] verdaderos sacramentos […] y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (Unitatis redintegratio, 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (Unitatis redintegratio, 15, cf. CIC canon 844, § 3). (C.I.C 1400) Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (Unitatis redintegratio, 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (Unitatis redintegratio, 22). (C.C.I 1401) Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf. CIC can. 844, § 4).

Jn 6, 32-33 Mi Padre les da el verdadero pan del cielo

(Jn 6, 32-33) Mi Padre les da el verdadero pan del cielo
[32] Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; [33] porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.
(C.I.C 1296) Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf. Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2Co 1,22; cf. Ef 1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf. Ap 7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6). (C.I.C 728) Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).

sábado, 22 de noviembre de 2008

Jn 6, 28-31 Crean en aquel que Dios ha enviado

(Jn 6, 28-31) Crean en aquel que Dios ha enviado
[28] Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?». [29] Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado». [30] Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? [31] Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo».
(C.I.C 2835) Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf. Jn 6, 26-58). (C.I.C 698) El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (cf. 2Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello [sphragis] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.

Jn 6, 27b Sino por el que les dará el Hijo del hombre

(Jn 6, 27b) Sino por el que les dará el Hijo del hombre
[27b] El que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.
(C.I.C 1415) El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia. (C.I.C 1396) La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf. 1Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Co 10,16-17): “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero” (San Agustín, Sermo 272: PL 38, 1247).

viernes, 21 de noviembre de 2008

Jn 6, 27a Trabajen no por el alimento perecedero

(Jn 6, 27a) Trabajen no por el alimento perecedero
[27a] Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
(C.I.C 1419) Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a Él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos. (C.I.C 1416) La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. (C.I.C 1417) La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año. (C.I.C 1418) Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar, es preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (Pablo VI, Mysterium fidei). (C.I.C 1414) En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.

Jn 6, 22-26 Ustedes me buscan porque han comido pan

(Jn 6, 22-26) Ustedes me buscan porque han comido pan
[22] Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. [23] Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. [24] Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. [25] Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?». [26] Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
(C.I.C 1412) Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros [...] Este es el cáliz de mi Sangre..." (C.I.C 1413) Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf. Concilio de Trento: DS 1640; 1651). (C.I.C 1390) Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (Institución general del Misal Romano, 240; Misal Romano). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales. (C.I.C 1398) La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (San Agustín, In Johannis evangelium tractatus 26, 13: PL 35, 1613; cf. Sacrosanctum Concilium, 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en Él.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Jn 6, 16-21 Vieron a Jesús caminar sobre el agua

(Jn 6, 16-21) Vieron a Jesús caminar sobre el agua
[16] Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar [17] y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. [18] El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. [19] Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. [20] Él les dijo: «Soy yo, no teman». [21] Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
(C.I.C 1147) Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf. Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad. (C.I.C 1148) En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador. (C.I.C 537) Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4): “Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369). “Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios” (San Hilario de Poitiers, In Evangelium Matthaei 2, 6: PL 9, 927).

Jn 6, 15 Jesús se retiró otra vez solo a la montaña

(Jn 6, 15) Jesús se retiró otra vez solo a la montaña
[15] Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
(C.I.C 439) Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21). (C.I.C 1379) El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento. (C.I.C 1381) "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, ‘no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios’. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19: ‘Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros’, S. Cirilo declara: ‘No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente" (Pablo VI, Mysterium fidei; Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae 3, 75, 1; San Cirilo de Alexandría, Commentarius in Lucam, 22, 19: PG 72, 912): Adoro te devote, latens Deitas, Quae sub his figuris vere latitas: Tibi se cor meum totum subjicit, Quia te contemplans totum deficit. Visus, gustus, tactus in te fallitur, Sed auditu solo tuto creditur: Credo quidquod dixit Dei Filius: Nil hoc Veritatis verbo verius. (Adórote devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: A ti mi corazón totalmente se somete, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega a tener fe segura. Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad) (AHMA 50, 589).

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Jn 6, 14 Este es verdaderamente el Profeta

(Jn 6, 14) Este es verdaderamente el Profeta
[14] Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
(C.I.C 1151) Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf. Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf. Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos. (C.I.C 1374) El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de Aquino, Summa theologiae, 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cf. Concilio de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (Pablo VI, Mysterium fidei). (C.I.C 1377) La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (Cf. Concilio de Trento: DS 1641). (C.I.C 1378) El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (Pablo VI, Mysterium fidei).

Jn 6, 11-13 Jesús tomó los panes y dio gracias

(Jn 6, 11-13) Jesús tomó los panes y dio gracias
[11] Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. [12] Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». [13] Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
(C.I.C 1375) Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara que: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (San Juan Crisóstomo, De proditione Judae homilia 1, 6: PG 49, 380). Y San Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada” (San Ambrosio, De mysteriis 9, 50: PL 16, 405). “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (Ibid., 9, 52: PL 16, 407). (C.I.C 1376) El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (Concilio de Trento: DS 1642).

martes, 18 de noviembre de 2008

Jn 6, 7-10 Aquí hay un niño que tiene cinco panes

(Jn 6, 7-10) Aquí hay un niño que tiene cinco panes
[7] Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan». [8] Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: [9] «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?». [10] Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.
(C.I.C 1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4: PG 7, 1027; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. Él es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios. (C.I.C 1353) En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf. Plegaria eucarística I o Canon Romano, 90; Misal Romano), sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis). En el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre. ((C.I.C 1354) En la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él. En las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus Iglesias.

Jn 6, 1-6 Se acercaba la Pascua la fiesta de los judíos

Juan 6
(Jn 6, 1-6) Se acercaba la Pascua la fiesta de los judíos
[1] Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. [2] Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. [3] Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. [4] Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. [5] Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?». [6] Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
(C.I.C 1164) El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo. (C.I.C 1335) Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. (C.I.C 549) Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Jn 5, 40-47 Mi gloria no viene de los hombre

(Jn 5, 40-47) Mi gloria no viene de los hombres
[40] y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida. [41] Mi gloria no viene de los hombres. [42] Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. [43] He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. [44] ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que viene sólo de Dios? [45] No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. [46] Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. [47] Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?».
(C.I.C 702) Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39. 46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de Cristo. Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que el Espíritu Santo ha inspirado en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos] (cf. Lc 24, 44).

Jn 5, 39 Las Escrituras dan testimonio de mí

(Jn 5, 39) Las Escrituras dan testimonio de mí
[39] Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí,
(C.I.C 120) La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. Dei verbum, 8,3). Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. DS 179-180; 1334-1336; 1501-1504) […] (C.I.C 121) El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (Dei verbum, 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada. (C.I.C 122) En efecto, "el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal". "Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: "Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran admirables tesoros de oración y en ellos se esconde el misterio de nuestra salvación" (Dei verbum, 15). (C.I.C 123) Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo). (C.I.C 115) Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia. (C.I.C 116) El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem" (S. Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1,1,10, ad 1). Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Jn 5, 36-38 El testimonio que yo tengo es mayor

(Jn 5, 36-38) El testimonio que yo tengo es mayor
[36] Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. [37] Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, [38] y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
(C.I.C 151) Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (cf. Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27). (C.I.C 548) Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (cf. Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).

Jn 5, 31-35 Hay otro que da testimonio de mí

(Jn 5, 31-35) Hay otro que da testimonio de mí
[31] Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. [32] Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero. [33] Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. [34] No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. [35] Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.
(C.I.C 523) San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

sábado, 15 de noviembre de 2008

Jn 5, 28-30 Los que están en las tumbas oirán su voz

(Jn 5, 28-30) Los que están en las tumbas oirán su voz
[28] No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz [29] y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. [30] Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
(C.I.C 1038) La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna" (Mt 25, 33. 46).

Jn 5, 25-27 Los que oigan la voz del Hijo de Dios vivirán

(Jn 5, 25-27) Los que oigan la voz del Hijo de Dios vivirán
[25] Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. [26] Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, [27] y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
(C.I.C 635) Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Infierno" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10). “Un gran silencio envuelve la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. El, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva” […] “Yo soy tu Dios, que por ti y por todos que han de nacer de ti me hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el absmo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos (Antigua homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).

viernes, 14 de noviembre de 2008

Jn 5, 22-24 El que escucha mi palabra tiene Vida eterna

(Jn 5, 22-24) El que escucha mi palabra tiene Vida eterna
[22] Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, [23] para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. [24] Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida.
(C.I.C 679) Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1Co 3, 12-15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).

Jn 5, 19-21 El Hijo da vida al que él quiere

(Jn 5, 19-21) El Hijo da vida al que él quiere
[19] Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. [20] Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. [21] Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere.
(C.I.C 1061) El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura (cf. Ap 22, 21), se termina con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al final de las oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un Amén. (C.I.C 1345) Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos: “El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros [...](San Justino, Apologia, 1, 67: PG 6, 429) y por todos los demás donde quiera que estén, […] a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna. Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros. Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados. El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones. Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén. […] Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes” (San Justino, Apologia, 1, 65: PG 6, 428).

jueves, 13 de noviembre de 2008

Jn 5, 15-18 Mi Padre trabaja siempre, y yo también

(Jn 5, 15-18) Mi Padre trabaja siempre, y yo también
[15] El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. [16] Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado. [17] Él les respondió: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». [18] Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.
(C.I.C 574) Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de los demonios, cf. Mt 12, 24; perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf. Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31). (C.I.C 575) Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración) (cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).

Jn 5, 13-14 Has sido curado; no vuelvas a pecar

(Jn 5, 13-14) Has sido curado; no vuelvas a pecar
[13] Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. [14] Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía».
(C.I.C 978) "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la culpa original, sea de cualquier otra cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas. Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario […] todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catecismo Romano, 1, 11, 3). (C.I.C 979) En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Puesto que era necesario que, además de por razón del sacramento del bautismo, la iglesia tuviera la potestad de perdonar los pecados, le fueron confiadas las llaves del Reino de los cielos, con las que pudiera perdonar los pecados de cualquier penitente, aunque pecase hasta el final de su vida” (Catecismo Romano, 1, 11, 4). (C.I.C 980) Por medio del sacramento de la Penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia: “Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39. 17: PG 36, 356). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Concilio de Trento: DS 1672).

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Jn 5, 1-12 Levántate, toma tu camilla y camina

Juan 5
(Jn 5, 1-12) Levántate, toma tu camilla y camina
[1] Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. [2] Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. [3] Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos, que esperaban la agitación del agua. [4]. [5] Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. [6] Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». [7] Él respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». [8] Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». [9] En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, [10] y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». [11] Él les respondió: «El que me curó me dijo: “Toma tu camilla y camina”». [12] Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: “Toma tu camilla y camina”?».
(C.I.C 594) Jesús realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5, 16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a "un hombre que se hace Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un blasfemo. (C.I.C 589) Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su Persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6. 26).

Jn 4, 43-54 Vuelve a tu casa, tu hijo vive, le dijo Jesús

(Jn 4, 43-54) Vuelve a tu casa, tu hijo vive, le dijo Jesús
[43] Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. [44] Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. [45] Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. [46] Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. [47] Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. [48] Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». [49] El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera».[50] «Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. [51] Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. [52] Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron. [53] El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia. [54] Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
(C.I.C 26) Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre, a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre, y finalmente la respuesta de la fe. (C.I.C 143) Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. Dei verbum, 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16. 26). (C.I.C 144) Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.

martes, 11 de noviembre de 2008

Jn 4, 39-42 Él es verdaderamente el Salvador del mundo

(Jn 4, 39-42) Él es verdaderamente el Salvador del mundo
[39] Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice». [40] Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. [41] Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. [42] Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».
(C.I.C 457) El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1Jn 3, 5): “Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 15, 3: PG 45, 48).

Jn 4, 37-38 Ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos

(Jn 4, 37-38) Ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos
[37] Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. [38] Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».
(C.I.C 89) Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32). (C.I.C 88) El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario. (C.I.C 2611) La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (cf. Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf. Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).

lunes, 10 de noviembre de 2008

Jn 4, 35-36 Los campos están madurando para la siega

(Jn 4, 35-36) Los campos están madurando para la siega
[35] Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. [36] Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
(C.I.C 54) "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio" (Dei verbum, 3). Los invitó a una comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes. (C.I.C 90) Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (Dei Filius: DS 3016 (mysteriorum nexus); Lumen gentium, 25). "Conviene recordar que existe un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (Unitatis redintegratio, 11). (C.I.C 826) La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados: "dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin" (Lumen gentium, 42): “Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones, que el Amor era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares... en una palabra, que es ¡eterno! (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit B, 3v: Manuscrits autobiographiques, Paris 1992, p. 299).

Jn 4, 27-34 ¿No será el Mesías?

(Jn 4, 27-34) ¿No será el Mesías?
[27] En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?». [28] La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: [29] «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?». [30] Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. [31] Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro». [32] Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». [33] Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?». [34] Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
(C.I.C 606) El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31). (C.IC 2824) En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; cf. Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a El" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf. Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados […] según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).