lunes, 30 de junio de 2008

Lc 5, 1-8 Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador

Lucas 5
(Lc 5, 1-8) Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador
[1] En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. [2] Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. [3] Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. [4] Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». [5] Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». [6] Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. [7] Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. [8] Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador».
(C.I.C 208) Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de El: "No ejecutaré el ardor de mi cólera [...] porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1Jn 3,19-20).

Lc 4, 43-44 Debo anunciar la Buena Noticia del Reino

(Lc 4, 43-44) Debo anunciar la Buena Noticia del Reino
[43] Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado». [44] Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
(C.I.C 55) Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída […] alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (Dei verbum, 3). “Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte […] Reiteraste, además, tu alianza a los hombres” (Plegaria eucarística IV, Misal Romano). (C.I.C 581) Jesús fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados [...] pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (cf. Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (cf. Mc 7, 13). (C.I.C 543) Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: “La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega” (Lumen Gentium 5).

Lc 4, 42 Querían retenerlo para que no se alejara

(Lc 4, 42) Querían retenerlo para que no se alejara
[42] Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.
(C.I.C 44) El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios. (C.I.C 45) El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha."Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena" (S. Agustín, Confessiones 10, 28, 39: PL 32, 795). (C.I.C 46) Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar a certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo. (C.I.C 47) La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (Concilio Vaticano I: DS 3026). (C.I.C 48) Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio. (C.I.C 43) Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía" (Concilio Lateranense IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es, y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, 1, 30).

domingo, 29 de junio de 2008

Lc 4, 38-41 Imponiendo las manos sobre ellos los curaba

(Lc 4, 38-41) Imponiendo las manos sobre ellos los curaba
[38] Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. [39] Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos. [40] Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. [41] De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
(C.I.C 1503) La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (cf. Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf. Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (cf. Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren. (C.I.C 1511) La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos: “Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor” (Concilio de Trento: DS 1695; cf. St 5, 14-15). (C.I.C 1499) "Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios" (Lumen gentium, 11).

Lc 4, 36-37 Su fama se extendía por todas partes

(Lc 4, 36-37) Su fama se extendía por todas partes
[36] El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!». [37] Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.
(C.I.C 177) "Creer" entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que la atestigua. (C.I.C 176) La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras. (C.I.C 175) "Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene" (S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 24, 1).

Lc 4, 31-35 El demonio salió de él, sin hacerle daño

(Lc 4, 31-35) El demonio salió de él, sin hacerle daño
[31] Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. [32] Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. [33] En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza: [34] «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». [35] Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño.
(C.I.C 561) "Para quien la contempla rectamente la vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación" (Catechesi tradendae, 9). (C.I.C 550) La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf. Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (cf. Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz") (Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": PL 88, 96). (C.I.C 447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 110 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.

sábado, 28 de junio de 2008

Lc 4, 28-30 Pero Jesús continuó su camino

(Lc 4, 28-30) Pero Jesús continuó su camino
[28] Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron [29] y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. [30] Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
(C.I.C 169) La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, De Spiritu Sancto, 1,2: PL 62, 11). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe. (C.I.C 170) No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la fe nos permite "tocar". "El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]" (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae 2-2, 1, 2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.

Lc 4, 22-27 Las palabras de gracia que salían de su boca

(Lc 4, 22-27) Las palabras de gracia que salían de su boca
[22] Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». [23] Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún». [24] Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. [25] Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. [26] Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. [27] También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».
(C.I.C 167) "Creo" (Símbolo Apóstolico: DS 30): Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150, en el original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos". (C.I.C 168) La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor (Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, cantamos en el himno Te Deum), y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también : "Creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida eterna" (Ritual de la iniciación cristiana de adultos, 75).

Lc 4, 20-21 Hoy se ha cumplido este pasaje

(Lc 4, 20-21) Hoy se ha cumplido este pasaje
[20] Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. [21] Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
(C.I.C 1286) En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf. Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33-34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34). (C.I.C 2610) Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 21). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (cf. Mt 8, 26), así se admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf. Mt 8, 10) y de la cananea (cf. Mt 15, 28).

viernes, 27 de junio de 2008

Lc 4, 16-19 El Espíritu del Señor está sobre mí

(Lc 4, 16-19) El Espíritu del Señor está sobre mí
[16] Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. [17] Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: [18] El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos [19] y proclamar un año de gracia del Señor.
(C.I.C 690) Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en El: “La noción de la unción sugiere [...] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté privada del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio de Nisa, Adversus Macedonianos de Spiritu Sancto, 16: PG 45, 1321).

Lc 4, 14-15 Su fama se extendió en toda la región

(Lc 4, 14-15) Su fama se extendió en toda la región
[14] Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. [15] Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan.
(C.I.C 541) "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14-15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos" (Lumen Gentium 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina" (Lumen Gentium 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (Lumen Gentium 5). (C.I.C 40) Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar. (C.I.C 39) Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos. (C.I.C 38) Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (cf. Dei Filius c. 2: DS 3005; Dei Verbum, 6; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 1,1,1).

Lc 4, 13 El demonio se alejó de él

(Lc 4, 13) El demonio se alejó de él
[13] Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
(C.I.C 540) La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf. Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencidoó al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto. (C.I.C 2753) En el combate de la oración debemos hacer frente a concepciones erróneas, a diversas corrientes de mentalidad, a la experiencia de nuestros fracasos. A estas tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración conviene responder con humildad, confianza y perseverancia. (C.I.C 2755) Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedía que es una forma de depresión debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento. (C.I.C 2733) Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu […] está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia. (C.I.C 2863) Al decir: "No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.

jueves, 26 de junio de 2008

Lc 4, 3-12 Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios

(Lc 4, 3-12) Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios
[3] El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan». [4] Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan». [5] Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra [6] y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. [7] Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá». [8] Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto». [9] Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, [10] porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. [11] Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra». [12] Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».
(C.I.C 539) Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre. (C.I.C 2096) La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto’ (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

Lc 4, 1-2 Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto

Lucas 4
(Lc 4, 1-2) Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto
[1] Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, [2] donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
(C.I.C 538) Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta un tiempo oportuno" (Lc 4, 13).

Lc 3, 32-38 David era hijo de Jesé; Adán, hijo de Dios

(Lc 3, 32-38) David era hijo de Jesé; Adán, hijo de Dios
[32] David era hijo de Jesé; Jesé, hijo de Jobed; Jobed, hijo de Booz; Booz, hijo de Sela; Sela, hijo de Naasón; [33] Naasón, hijo de Aminadab; Aminadab, hijo de Admín; Admín, hijo de Arní; Arní, hijo de Esróm; Esróm, hijo de Fares; Fares, hijo de Judá; [34] Judá, hijo de Jacob; Jacob, hijo de Isaac; Isaac, hijo de Abraham. Abraham era hijo de Tera; Tera, hijo de Najor; [35] Najor, hijo de Serúj; Serúj, hijo de Ragau; Ragau, hijo de Péleg; Péleg, hijo de Eber; Eber, hijo de Sela; [36] Sela, hijo de Cainán; Cainán, hijo de Arfaxad; Arfaxad, hijo de Sem. Sem era hijo de Noé; Noé, hijo de Lamec; [37] Lamec, hijo de Matusalén; Matusalén, hijo de Henoc; Henoc, hijo de Jaret; Jaret, hijo de Malaleel; Malaleel, hijo de Cainán; [38] Cainán, hijo de Enós; Enós, hijo de Set; Set, hijo de Adán; Adán, hijo de Dios.
(C.I.C 417) Adán y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada "pecado original". (C.I.C 69) Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras. (C.I.C 70) Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció su alianza. (C.I.C 71) Dios selló con Noé una alianza eterna entre El y todos los seres vivientes (cf. Gn 9,16). Esta alianza durará tanto como dure el mundo.

miércoles, 25 de junio de 2008

Lc 3, 23-31 Se lo consideraba hijo de José

(Lc 3, 23-31) Se lo consideraba hijo de José
[23] Cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo consideraba hijo de José. José era hijo de Elí; [24] Elí, hijo de Matat; Matat, hijo de Leví; Leví, hijo de Melquí; Melquí, hijo de Janai; Janai, hijo de José; [25] José, hijo de Matatías; Matatías, hijo de Amós; Amós, hijo de Naúm; Naúm, hijo de Eslí; Eslí, hijo de Nagai; [26] Nagai, hijo de Maat; Maat, hijo de Matatías; Matatías, hijo de Semein; Semein, hijo de Iosec; Iosec, hijo de Iodá; [27] Iodá, hijo de Joanán; Joanán, hijo de Resá; Resá, hijo de Zorobabel. Zorobabel era hijo de Salatiel; Salatiel, hijo de Nerí; [28] Nerí, hijo de Melquí; Melquí, hijo de Adí; Adí, hijo de Cosám; Cosám, hijo de Elmadám; Elmadám, hijo de Er; [29] Er, hijo de Jesús; Jesús, hijo de Eliezer; Eliezer, hijo de Jorím; Jorím, hijo de Matat; Matat, hijo de Leví; [30] Leví, hijo de Simeón; Simeón, hijo de Judá; Judá, hijo de José; José, hijo de Jonám; Jonám, hijo de Eliaquím; [31] Eliaquím, hijo de Meleá; Meleá, hijo de Mená; Mená, hijo de Matatá; Matatá, hijo de Natán; Natán, hijo de David.
(C.I.C 72) Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad. (C.I.C 60) El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18. 24).

Lc 3, 22 Tú eres mi Hijo muy querido

(Lc 3, 22) Tú eres mi Hijo muy querido
[22] y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
(C.I.C 444) Los Evangelios narran en dos momentos solemnes, el Bautismo y la Transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su "Hijo amado" (Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se designa a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36). Pide la fe en "el Nombre del Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39), porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título "Hijo de Dios". (C.I.C 536) El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf. Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf. Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1, 32-33; cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación. (C.I.C 1272) Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo (cf. Rm 8,29). El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character) de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf. DS 1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado. (C.I.C 1273) Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (cf. Lumen gentium, 11). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (cf. Lumen gentium, 10).

Lc 3, 21 También fue bautizado Jesús

(Lc 3, 21) También fue bautizado Jesús
[21] Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
(C.I.C 1276) "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). (C.I.C 1277) El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo. (C.I.C 1278) El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (C.I.C 1279) El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo. (C.I.C 1280) El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf Concilio de Trento: DS 1609; 1624). (C.I.C 1281) Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (Lumen gentium, 16).

martes, 24 de junio de 2008

Lc 3, 19-20 Juan censuraba a Herodes

(Lc 3, 19-20) Juan censuraba a Herodes
[19] Mientras tanto el tetrarca Herodes, a quien Juan censuraba a causa de Herodías –la mujer de su hermano– y por todos los delitos que había cometido, [20] cometió uno más haciendo encarcelar a Juan.
(C.I.C 524) Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30). (C.I.C 2473) El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (S. Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1). (C.I.C 2506) El cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2Tm 1, 8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.

Lc 3, 15-18 Él los bautizará en el Espíritu Santo

(Lc 3, 15-18) Él los bautizará en el Espíritu Santo
[15] Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, [16] él tomó la palabra y les dijo a todos: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. [17] Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible». [18] Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
(C.I.C 719) Juan es "más que un profeta" (Cf. Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (Cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Cf. Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (Cf. 1P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36). (C.I.C 1222) Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza. (C.I.C 1223) Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf. Mc 16,15-16).

Lc 3, 10-14 ¿Qué debemos hacer entonces?

(Lc 3, 10-14) ¿Qué debemos hacer entonces?
[10] La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?». [11] Él les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto». [12] Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». [13] Él les respondió: «No exijan más de lo estipulado». [14] A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo».
(C.I.C 827) "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (Lumen gentium, 8; cf. Unitatis redintegratio, 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cf. 1Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación: La Iglesia “es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 19). (C.I.C 853) Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (Gaudium et spes, 43). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (Lumen gentium, 8; 15) y "por el estrecho sendero de la cruz" (Ad gentes, 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (Redemptoris missio, 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium, 8).

lunes, 23 de junio de 2008

Lc 3, 7-9 La multitud venía a hacerse bautizar por él

(Lc 3, 7-9) La multitud venía a hacerse bautizar por él
[7] Juan decía a la multitud que venía a hacerse bautizar por él: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? [8] Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no piensen: “Tenemos por padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. [9] El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego».
(C.I.C 720) En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5). (C.I.C 208) Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de El: "No ejecutaré el ardor de mi cólera [...] porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1Jn 3,19-20). (C.I.C 1220) Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión con la muerte de Cristo. (C.I.C 1221) Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación obrada por el bautismo: “¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados” (Vigilia Pascual, bendición del agua: Misal Romano).

Lc 3, 3-6 Anunciando un bautismo de conversión

(Lc 3, 3-6) Anunciando un bautismo de conversión
[3] Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, [4] como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. [5] Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. [6] Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.
(C.I.C 1217) En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo: “¡Oh Dios! […] que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo” (Vigilia Pascual, bendición del agua: Misal Romano). (C.I.C 1218) Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2): “¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar” (Vigilia Pascual, bendición del agua: Misal Romano). (C.I.C 1219) La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto, por medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua" (1P 3,20): “¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad” (Vigilia Pascual, bendición del agua: Misal Romano).

Lc 3, 1-2 Preparen el camino del Señor

Lucas 3
(Lc 3, 1-2) Preparen el camino del Señor
[1] El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, [2] bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
(C.I.C 717) "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68). (C.I.C 718) Juan es "Elías que debe venir" (cf. Mt 17, 10-13). El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).

domingo, 22 de junio de 2008

Lc 2, 51-52 Él regresó con sus padres y vivía sujeto

(Lc 2, 51-52) Él regresó con sus padres y vivía sujeto
[51] Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. [52] Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
(C.I.C 967) Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia" (Lumen gentium, 53), incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (Lumen gentium, 63). (C.I.C 968) Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (Lumen gentium, 61). (C.I.C 532) Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad..." (Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).

Lc 2, 41-50 ¿Por qué me buscaban?

(Lc 2, 41-50) ¿Por qué me buscaban?
[41] Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. [42] Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, [43] y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. [44] Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. [45] Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. [46] Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. [47] Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. [48] Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». [49] Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». [50] Ellos no entendieron lo que les decía.
(C.I.C 583) Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Cf. Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (Cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23). (C.I.C 534) El hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron" esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.

Lc 2, 39-40 El niño iba creciendo lleno de sabiduría

(Lc 2, 39-40) El niño iba creciendo lleno de sabiduría
[39] Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. [40] El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
(C.I.C 514) Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31). (C.I.C 531) Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus padres (cf. Lc 2, 51) y que "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52). (C.I.C 964) El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (Lumen gentium, 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión: “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’” (Jn 19, 26-27; Lumen gentium, 58).

sábado, 21 de junio de 2008

Lc 2, 36-38 Una profetisa se puso a dar gracias a Dios

(Lc 2, 36-38) Una profetisa se puso a dar gracias a Dios
[36] Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. [37] Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. [38] Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
(C.I.C 711) "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a él se refieren. A continuación se describen aquellas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu. (C.I.C 972) Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos" (Lumen gentium, 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre: “Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en Marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (Lumen gentium, 68).

Lc 2, 27-35 Este niño será causa de caída y de elevación

(Lc 2, 27-35) Este niño será causa de caída y de elevación
[27] Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, [28] Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: [29] «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, [30] porque mis ojos han visto la salvación [31] que preparaste delante de todos los pueblos: [32] luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel». [33] Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. [34] Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, [35] y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
(C.I.C 529) La Presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante todos los pueblos".

Lc 2, 21-26 Se le puso el nombre de Jesús

(Lc 2, 21-26) Se le puso el nombre de Jesús
[21] Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción. [22] Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, [23] como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. [24] También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. [25] Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él 26] y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
(C.I.C 527) La Circuncisión de Jesús, al octavo día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su consagración al culto de Israel en el que participará durante toda su vida. Este signo prefigura "la circuncisión en Cristo" que es el Bautismo (Col 2, 11-13). (C.I.C 423) Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (cf. 1Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad [...] Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).

viernes, 20 de junio de 2008

Lc 2, 18-20 María conservaba estas cosas en su corazón

(Lc 2, 18-20) María conservaba estas cosas en su corazón
[18] y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. [19] Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. [20] Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
(C.I.C 497) Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14), según la traducción griega de Mt 1, 23. (C.I.C 975) "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 15).

Lc 2, 15-17 Vayamos a Belén y veamos

(Lc 2, 15-17) Vayamos a Belén y veamos
[15] Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». [16] Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. [17] Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
(C.I.C 495) Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús" (Jn 2, 1; 19, 25; cf. Lumen gentium, 56), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf. Lc 1, 43; cf. Mt 13, 55). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (Cf. Concilio de Efeso: DS 251). (C.I.C 496) Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Concilio de Letrán (año 649): DS 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra: Así, San Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Smyrnaeos 1-2).

Lc 2, 8-14 Ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor

(Lc 2, 8-14) Ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor
[8] En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. [9] De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, [10] pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: [11] Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. [12] Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». [13] Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: [14] «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!».
(C.I.C 333) De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf. Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf. Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf. Lc 22, 43), cuando E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf. Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf. 2M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (cf. Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf. Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf. Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf. Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf. Mt 13, 41; 25, 31; Lc 12, 8-9). (C.I.C 334) De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf. Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).

jueves, 19 de junio de 2008

Lc 2, 1-7 María dio a luz a su Hijo primogénito

Lucas 2
(Lc 2, 1-7) María dio a luz a su Hijo primogénito
[1] En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. [2] Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. [3] Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. [4] José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, [5] para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. [6] Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; [7] y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
(C.I.C 973) Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico. (C.I.C 525) Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche: “Hoy la Virgen da a luz al Transcendente. Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban. Los magos caminan con la estrella: Porque ha nacido por nosotros, Niño pequeñito el Dios eterno” (San Romano Melodo, Kontakion, 10, In diem Nativitatis Christi, Proemium). (C.I.C 963) Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. "Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, ‘es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza'“ (Lumen gentium, 53; cf. S. Agustín, De sancta virginitate, 6, 6: PL 40, 399). "María [...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares, (21 de noviembre 1964).

Lc 1, 67-80 Y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo

(Lc 1, 67-80) Y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo
[67] Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: [68] «Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, [69] y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, [70] como lo había anunciado mucho tiempo antespor boca de sus santos profetas, [71] para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. [72] Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, [73] del juramento que hizo a nuestro padre Abraham [74] de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, [75] lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. [76] Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, [77] para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; [78] gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, [79] para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz». [80] El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
(C.I.C 720) En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5). (C.I.C 2584) A solas con Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a veces un debatirse o una queja, y siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf. Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).

Lc 1, 57-66 Porque la mano del Señor estaba con él

(Lc 1, 57-66) Porque la mano del Señor estaba con él
[57] Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. [58] Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. [59] A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; [60] pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan». [61] Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre». [62] Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. [63] Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan». Todos quedaron admirados. [64] Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. [65] Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. [66] Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.
(C.I.C 717) "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68). (C.I.C 273) Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc1,49). (C.I.C 523) San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

miércoles, 18 de junio de 2008

Lc 1, 51-56 Colmó de bienes a los hambrientos

(Lc 1, 51-56) Colmó de bienes a los hambrientos
[51] Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. [52] Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. [53] Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. [54] Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, [55] como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». [56] María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
(C.I.C 2679) María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad (cf. Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza (cf. Lumen gentium, 68-69). (C.I.C 2678) La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokía, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma. (C.I.C 2619 Por eso, el cántico de María, el Magnificat latino, el Megalinárion bizantino (cf. Lc 1, 46-55) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham y su descendencia, para siempre".

Lc 1, 46-50 Todas las generaciones me llamarán feliz

(Lc 1, 46-50) Todas las generaciones me llamarán feliz
[46] María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, [47] y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, [48] porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, [49] porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! [50] Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
(C.I.C 971) "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano" (Pablo VI, Marialis cultus, 56). La Santísima Virgen "es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de ‘Madre de Dios’, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (Lumen gentium, 66); encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (Marialis cultus, 42). (C.I.C 2097) Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf. Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

Lc 1, 45 Feliz de ti por haber creído

(Lc 1, 45) Feliz de ti por haber creído
[45] Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
(C.I.C 2677) "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros..." Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora por nosotros como ella oró por sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad". "Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Toda Santa. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso. (C.I.C 2682) En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas.

martes, 17 de junio de 2008

Lc 1, 41-44 ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres!

(Lc 1, 41-44) ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres!
[41] Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, [42] exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! [43] ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? [44] Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
(C.I.C 2676) Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María: "Dios te salve, María (Alégrate, María)". La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf. Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella (cf. So 3, 17). "Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. "Alégrate [...], Hija de Jerusalén [...] el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo. "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena […] del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído..." (Lc 1, 45): María es "bendita […] entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de tu vientre.

Lc 1, 39-40 En aquellos días, María partió

(Lc 1, 39-40) En aquellos días, María partió
[39] En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. [40] Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
(C.I.C 2674) Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de El: María "muestra el Camino" [Odighitria], es su "signo", según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente. (C.I.C 2675) A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las "maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf. Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

Lc 1, 34-38 Que se cumpla en mí lo que has dicho

(Lc 1, 34-38) Que se cumpla en mí lo que has dicho
[34] María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». [35] El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. [36] También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, [37] porque no hay nada imposible para Dios». [38] María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.
(C.I.C 723) En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28). (C.I.C 724) En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11). (C.I.C 725) En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos. (C.I.C 726) Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

lunes, 16 de junio de 2008

Lc 1, 26-33 ¡Alégrate! llena de gracia

(Lc 1, 26-33) ¡Alégrate! llena de gracia
[26] En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, [27] a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. [28] El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». [29] Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. [30] Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. [31] Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; [32] él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, [33] reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
(C.I.C 721) María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el “Trono de la Sabiduría". En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia: (C.I.C 722) El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese "llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 46-55), la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia.

Lc 1, 24-25 Decidió librarme de lo que me avergonzaba

(Lc 1, 24-25) Decidió librarme de lo que me avergonzaba
[24] Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. [25] Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres».
(C.I.C 2374) Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham pregunta a Dios: ‘¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?’ (Gn 15, 2). Y Raquel dice a su marido Jacob: ‘Dame hijos, o si no me muero’ (Gn 30, 1). (C.I.C 2379) El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo. (C.I.C 2378) El hijo no es un derecho sino un don. El ‘don […] más excelente […] del matrimonio’ es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido ‘derecho al hijo’. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: el de ‘ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 8).

Lc 1, 18-23 Te quedarás mudo por no haber creído

(Lc 1, 18-23) Te quedarás mudo por no haber creído
[18] Pero Zacarías dijo al Ángel: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada». [19] El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. [20] Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo». [21] Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. [22] Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque se había quedado mudo. [23] Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa.
(C.I.C 164) Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no […] en la visión" (2Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa [...], imperfecta" (1Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. (C.I.C 2732) La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados che se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado en alianza con nosotros, pero nuestro corazón continua en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).