sábado, 31 de mayo de 2008

Mc 11, 20-26 Tengan fe en Dios

(Mc 11, 20-26) Tengan fe en Dios
[20] A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. [21] Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». [22] Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. [23] Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. [24] Por eso les digo: Cuando pid[an] algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. [25] Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas». [26] .
(C.I.C 2610) Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 21). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (cf. Mt 8, 26), así se admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf. Mt 8, 10) y de la cananea (cf. Mt 15, 28). (C.I.C 2611) La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (cf. Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf. Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34). (C.I.C 2840) Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quienes vemos (cf. 1Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia. (C.I.C 2841) Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 23-24; 6, 14-15; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios" (Mt 19, 26).

Mc 11, 15-19 Mi Casa será llamada Casa de oración

(Mc 11, 15-19) Mi Casa será llamada Casa de oración
[15] Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, [16] y prohibió que transportaran cargas por el Templo. [17] Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». [18] Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza. [19] Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.
(C.I.C 512) Respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero los artículos de la fe referente a la Encarnación y a la Pascua de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo. "Todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que [...] fue llevado al cielo" (Hch 1, 1-2) hay que verlo a la luz de los misterios de Navidad y de Pascua. (C.I.C 576) A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido: – contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral. – contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. – contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir. (CCC 584) Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).

Mc 11, 12-14 «Que nadie más coma de tus frutos»

(Mc 11, 12-14) «Que nadie más coma de tus frutos»
[12] Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. [13] Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. [14] Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron.
(C.I.C 1724) El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf. parábola del sembrador: Mt 13, 3-23).

viernes, 30 de mayo de 2008

Mc 11, 8-11 ¡Bendito sea el Reino que ya viene!

(Mc 11, 8-11) ¡Bendito sea el Reino que ya viene!
[8] Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. [9] Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! [10] ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!». [11] Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.
(C.I.C 559) ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

Mc 11, 1-7 Respondieron como Jesús les había dicho

Marcos 11
(Mc 11, 1-7) Respondieron como Jesús les había dicho

[1] Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, [2] diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; [3] y si alguien les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: “El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida”». [4] Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. [5] Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». [6] Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. [7] Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó.
(C.I.C 570) La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. (C.I.C 560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa. (C.I.C 560) La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.

Mc 10, 49-52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado»

(Mc 10, 49-52) Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado»
[49] Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama». [50] Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. [51] Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». [52] Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
(C.I.C 2616) La oración a Jesús ya fue escuchada por El durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5, 36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc 5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor Jesú Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).

jueves, 29 de mayo de 2008

Mc 10, 46-48 ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

(Mc 10, 46-48) ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
[46] Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. [47] Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». [48] Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!».
(C.I.C 439) Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).

Mc 10, 41-45 El Hijo del hombre no vino para ser servido

(Mc 10, 41-45) El Hijo del hombre no vino para ser servido
[41] Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. [42] Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. [43] Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; [44] y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. [45] Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
(C.I.C 608) Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (cf. Jn 1, 29. 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (cf. Is 53, 7; Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (cf. Ex 12, 3-14; Jn 19, 36; 1Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (cf. Mc 10, 45). (C.I.C 623) Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte […] de cruz" (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos" (cf. Is 53, 11; Rm 5, 19).

Mc 10, 35-40 No saben lo que piden

(Mc 10, 35-40) No saben lo que piden
[35] Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». [36] Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». [37] Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». [38] Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». [39] «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. [40] En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
(C.I.C 2235) Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. ‘El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo’ (Mt 20, 26). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural. (C.I.C 876) El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad, los ministros son verdaderamente "siervos de Cristo" (cf. Rm 1, 1), a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de siervo" (Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente siervos de todos (cf. 1Co 9, 19).

miércoles, 28 de mayo de 2008

Mc 10, 32-34 El Hijo del hombre será entregado

(Mc 10, 32-34) El Hijo del hombre será entregado
[32] Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: [33] «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: [34] ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará».
(C.I.C 557) "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33). (C.I.C 569) Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3).

Mc 10, 32-34 El Hijo del hombre será entregado

(Mc 10, 32-34) El Hijo del hombre será entregado
[32] Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: [33] «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: [34] ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará».
(C.I.C 557) "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33). (C.I.C 569) Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3).

Mc 10, 31 Los últimos serán los primeros

(Mc 10, 31) Los últimos serán los primeros
[31] Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros».
(C.I.C 1821) Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf. Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta el fin’ (cf. Mt 10, 22; Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los hombres […] se salven’ (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin. (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

Mc 10, 28-30 Recibirá el ciento por uno y la Vida eterna

(Mc 10, 28-30) Recibirá el ciento por uno y la Vida eterna
[28] Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». [29] Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, [30] desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.
(C.I.C 1618) Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf. Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (cf. Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (cf. 1Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf. Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que El es el modelo: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12). (C.I.C 1619) La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf. 1Co 7,31; Mc 12,25).

martes, 27 de mayo de 2008

Mc 10, 23-27 ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!

(Mc 10, 23-27) ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
[23] Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». [24] Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! [25] Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». [26] Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». [27] Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible».
(C.I.C 2551) "Donde […] está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21). (C.I.C 2443) Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: ‘A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda’ (Mt 5, 42). ‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf. Mt 25, 31-36). La buena nueva ‘anunciada a los pobres’ (Mt 11, 5; Lc 4, 18)) es el signo de la presencia de Cristo. (C.I.C 2407) En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que ‘siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza’ (cf. 2Co 8, 9). (C.I.C 2445) El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta: “Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste" (St 5, 1-6).

Mc 10, 17-22 Vende lo que tienes y dalo a los pobres

(Mc 10, 17-22) Vende lo que tienes y dalo a los pobres
[17] Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». [18] Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. [19] Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». [20] El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». [21] Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». [22] El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
(C.I.C 2556) El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón" (Mt 5, 3). (C.I.C 2557) El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf. Jn 4,14). (C.I.C 2548) El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. ‘La promesa [de ver a Dios] supera toda felicidad […] En la Escritura, ver es poseer […]. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir’ (S. Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 6: Gregorii Nysseni opera: PG 44, 1265).

Mc 10, 13-16 Dejen que los niños se acerquen a mí

(Mc 10, 13-16) Dejen que los niños se acerquen a mí
[13] Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. [14] Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. [15] Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». [16] Después los abrazó y los bendijo,
(C.I.C 526) "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (cf. Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (cf. Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (cf. Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio": “¡Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona de I y II Vísperas: Liturgia de la Horas, v. 1).

lunes, 26 de mayo de 2008

Mc 10, 11-12 El que se divorcia comete adulterio

(Mc 10, 11-12) El que se divorcia comete adulterio
[11] Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; [12] y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
(C.I.C 1651) Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados: “Exhórteseles a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios (Familiaris consortio, 84).

Mc 10, 7-10 El hombre no separe lo que Dios ha unido

(Mc 10, 7-10) El hombre no separe lo que Dios ha unido
[7] Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, [8] y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. [9] Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». [10] Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
(C.I.C 1649) Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, s i es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (Cf. Familiaris consortio, 84; CIC, cánones 1151-1155). (C.I.C 1650) Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.

Mc 10, 1-6 ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?

Marcos 10
(Mc 10, 1-6) ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?

[1] Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. [2] Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». [3] El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». [4] Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». [5] Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. [6] Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
(C.I.C 1627) El consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" (Gaudium et spes, 48; CIC, canon 1057, § 2): "Yo te recibo como esposa" - "Yo te recibo como esposo" (Ritual de la celebración del Matrimonio, 62). Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne" (cf. Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31). (C.I.C 1639) El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf. Mc 10,9). De su alianza "nace una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad" (Gaudium et spes, 48). La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (Gaudium et spes, 48). (C.I.C 1640) Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina (Cf. CIC canon 1141).

domingo, 25 de mayo de 2008

Mc 9, 49-50 Que haya sal en ustedes mismos

(Mc 9, 49-50) Que haya sal en ustedes mismos
[49] Porque cada uno será salado por el fuego. [50] La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».
(C.I.C 1034) Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41). (C.I.C 1789) En todos los casos son aplicables algunas reglas: — Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. — La ‘regla de oro’: ‘Todo […] cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros’ (Mt 7,12; cf. Lc 6, 31; Tb 4, 15). — La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: ‘Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, pecáis contra Cristo’ (1Co 8,12). ‘Lo bueno es [...] no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad’ (Rm 14, 21).

Mc 9, 42-48 Si tu ojo es para ti ocasión de pecado

(Mc 9, 42-48) Si tu ojo es para ti ocasión de pecado
[42] Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. [43] Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. [44] . [45] Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. [46]. [47] Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, [48] donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
(C.I.C 2284) El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave. (C.I.C 2285) El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí […], más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6; cf. 1Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf. Mt 7, 15).

Mc 9, 38-41 Uno que expulsaba demonios en tu Nombre

(Mc 9, 38-41) Uno que expulsaba demonios en tu Nombre
[38] Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». [39] Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. [40] Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. [41] Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
(C.I.C 2008) El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo. (C.I.C 1821) Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf. Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta el fin’ (cf. Mt 10, 22; Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los hombres […] se salven’ (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin. (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

sábado, 24 de mayo de 2008

Mc 9, 33-37 Hacerse el último de todos y el servidor

(Mc 9, 33-37) Hacerse el último de todos y el servidor
[33] Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». [34] Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. [35] Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». [36] Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: [37] «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».
(C.I.C 2235) Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. ‘El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo’ (Mt 20, 26). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural. (C.I.C 786) El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo". Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es reinar" (Lumen gentium, 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (Lumen gentium, 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. “La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su proprio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón? (San León Magno, Sermo 4, 1: PL 54, 149).

Mc 9, 30-32 El Hijo del hombre va a ser entregado

(Mc 9, 30-32) El Hijo del hombre va a ser entregado
[30] Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, [31] porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». [32] Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
(C.I.C 557) "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).

Mc 9, 24-29 Creo, ayúdame porque tengo poca fe

(Mc 9, 24-29) Creo, ayúdame porque tengo poca fe
[24] Inmediatamente el padre del niño exclamó: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». [25] Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más». [26] El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: «Está muerto». [27] Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. [28] Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». [29] Él les respondió: «Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración».
(C.I.C 276) Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige con frecuencia su oración al "Dios todopoderoso y eterno" ("omnipotens sempiterne Deus..."), creyendo firmemente que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37; cf. Gn 18,14; Mt 19,26). (C.I.C 277) Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia ("Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas..." -"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...") (Domingo XXVI del tiempo Ordinario. Colecta: Misal Romano). (C.I.C 23) El acento de este Catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio (cf. Catechesi tradendae, 20-22; 25).

viernes, 23 de mayo de 2008

Mc 9, 17-23 Todo es posible para el que cree

(Mc 9, 17-23) Todo es posible para el que cree
[17] Uno de ellos le dijo: «Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. [18] Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron». [19] «Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo». [20] Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. [21] Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que está así?». «Desde la infancia, le respondió, [22] y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos». [23] «¡Si puedes...!», respondió Jesús. «Todo es posible para el que cree».
(C.I.C 26) Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre, a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre, y finalmente la respuesta de la fe). (C.I.C 89) Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).

Mc 9, 9-16 Les aseguro que Elías ya ha venido

(Mc 9, 9-16) Les aseguro que Elías ya ha venido
[9] Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. [10] Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos». [11] Y le hicieron esta pregunta: «¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir Elías?”. [12] Jesús les respondió: «Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo. Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser despreciado? [13] Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba escrito». [14] Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. [15] En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. [16] Él les preguntó: «¿Sobre qué estaban discutiendo?».
(C.I.C 649) En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18). "Creemos que Jesús murió y resucitó" (1Ts 4, 14).

Mc 9, 1-8 Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo

Marcos 9
(Mc 9, 1-8) Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo

[1] Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder». [2] Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. [3] Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. [4] Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. [5] Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». [6] Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. [7] Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». [8] De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
(C.I.C 151) Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (cf. Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27). (C.I.C 459) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7; cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

jueves, 22 de mayo de 2008

Mc 8, 34-38 Cargue con su cruz y me siga

(Mc 8, 34-38) Cargue con su cruz y me siga
[34] Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. [35] Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. [36] ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? [37] ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? [38] Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles».
(C.I.C 2541) La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre. El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción de lo que, desde entonces, aparece como “bueno para comer, apetecible a la vista y excelente […] para lograr sabiduría”. (C.I.C 2544) Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a El respecto a todo y a todos y les propone ‘renunciar a todos sus bienes’ (cf. Lc 14, 33) por El y por el Evangelio (cf. Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf. Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos. (C.I.C 2545) ‘Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto’ (Lumen gentium, 42).

Mc 8, 31-33 Debía ser condenado a muerte y resucitar

(Mc 8, 31-33) Debía ser condenado a muerte y resucitar
[31] Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; [32] y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. [33] Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
(C.I.C 540) La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf. Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto. (C.I.C 2119) La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf. Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf. 1Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).

miércoles, 21 de mayo de 2008

Mc 8, 27-30 Pedro respondió: «Tú eres el Mesías»

(Mc 8, 27-30) Pedro respondió: «Tú eres el Mesías»
[27] Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». [28] Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». [29] «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». [30] Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
(C.I.C 153) Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad'” (Dei verbum, 5). (C.I.C 424) Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, Sermo 4, 3: (PL 54, 151); Sermo 51, 1: (PL 54, 309); Sermo 62, 2: (PL 54, 350-351); Sermo 83, 3: (PL 54, 432). (C.I.C 440) Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).

Mc 8, 22-26 El hombre recuperó la vista

(Mc 8, 22-26) El hombre recuperó la vista
[22] Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. [23] Él tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?». [24] El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan». [25] Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. [26] Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».
(C.I.C 2559) "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]: PG 94, 1089). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf. Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9: PL 38, 381). (C.I.C 2564) La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre. (C.I.C 2621) En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen.

Mc 8, 14-21 Cuídense de la levadura de los fariseos

(Mc 8, 14-21) Cuídense de la levadura de los fariseos
[14] Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. [15] Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». [16] Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. [17] Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. [18] Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan [19] cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Ellos le respondieron: «Doce». [20] «Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?». Ellos le respondieron: «Siete». [21] Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?».
(C.I.C 579) Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15). (C.I.C 580) El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf. Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" cf. (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15). (C.I.C 2832) Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf. Apostolicam actuositatem, 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

martes, 20 de mayo de 2008

Mc 8, 11-13 «¿Por qué esta generación pide un signo?

(Mc 8, 11-13) «¿Por qué esta generación pide un signo?
[11] Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. [12] Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo». [13] Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
(C.I.C 1286) En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf. Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33-34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34). (C.I.C 1287) Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf. Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf. Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf. Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2,38).

Mc 8, 6-10 Tomó los siete panes, dio gracias, los partió

(Mc 8, 6-10) Tomó los siete panes, dio gracias, los partió
[6] Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. [7] Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. [8] Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. [9] Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. [10] En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.
(C.I.C 1329) Banquete del Señor (cf. 1Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf. Ap 19,9) en la Jerusalén celestial. Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf. Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf. Mt 26,26; 1Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (cf. Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf. Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf. 1Co 10,16-17). Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de la Iglesia (cf. 1Co 11,17-34).

Mc 8, 1-5 Me da pena esta multitud

Marcos 8
(Mc 8, 1-5) Me da pena esta multitud

[1] En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: [2] «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. [3] Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». [4] Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?». [5] Él les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete».
(C.I.C 1327) En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18: PG 7, 1028). (C.I.C 1335) Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Mc 7, 31-37 Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

(Mc 7, 31-37) Hace oír a los sordos y hablar a los mudos
[31] Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. [32] Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. [33] Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. [34] Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». [35] Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. [36] Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban [37] y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
(C.I.C 1504) A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf. Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf. Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf. Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf. Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos. (C.I.C 1421) El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos.

Mc 7, 24-30 Puedes irte: el demonio ha salido de tu hija

(Mc 7, 24-30) Puedes irte: el demonio ha salido de tu hija
[24] Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. [25] En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. [26] Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. [27] Él le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros». [28] Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos». [29] Entonces él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». [30] Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
(C.I.C 2616) La oración a Jesús ya fue escuchada por El durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5, 36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc 5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor JesúCristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).

Mc 7, 14-23 Estas cosas malas proceden del interior

(Mc 7, 14-23) Estas cosas malas proceden del interior
[14] Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. [15] Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. [16] ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!». [17] Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. [18] Él les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, [19] porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?». Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. [20] Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. [21] Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, [22] los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. [23] Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».
(C.I.C 582) Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro [...] -así declaraba puros todos los alimentos-. Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio a Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.

domingo, 18 de mayo de 2008

Mc 7, 8-13 Así anulan la palabra de Dios

(Mc 7, 8-13) Así anulan la palabra de Dios
[8] Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». [9] Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. [10] Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. [11] En cambio, ustedes afirman: “Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán –es decir, ofrenda sagrada– todo aquello con lo que podría ayudarte...”. [12] En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. [13] Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!».
(C.I.C 2247) ‘Honra a tu padre y a tu madre’ (Dt 5,16 ; Mc 7,10). (C.I.C 2251) Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar. (C.I.C 2072) Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.

Mc 7, 1-7 ¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías

Marcos 7
(Mc 7, 1-7) ¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías

[1] Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, [2] y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. [3] Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; [4] y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. [5] Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?». [6] Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. [7] En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.
(C.I.C 65) "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2, 22, 3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184). (C.I.C 75) "Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su voz" (Dei verbum, 7).

Mc 6, 53-56 Los que lo tocaban quedaban curados

(Mc 6, 53-56) Los que lo tocaban quedaban curados
[53] Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. [54] Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, [55] y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. [56] En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
(C.I.C 1500) La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. (C.I.C 1504) A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf. Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf. Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf. Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf. Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos. (C.I.C 1509) "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf. Jn 6, 54. 58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf. 1Co 11,30).

sábado, 17 de mayo de 2008

Mc 6, 47-52 Fue hacia ellos caminando sobre el mar

(Mc 6, 47-52) Fue hacia ellos caminando sobre el mar
[47] Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. [48] Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. [49] Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, [50] porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló en seguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman». [51] Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, [52] porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
(C.I.C 426) "En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre […]; que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros [...] Catequizar es [...] descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios [...]. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo" (Catechesi tradendae, 5). El fin de la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo […]; sólo El puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad" (Ibid.).

Mc 6, 45-46 Jesús se retiró a la montaña para orar

(Mc 6, 45-46) Jesús se retiró a la montaña para orar
[45] En seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. [46] Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
(C.I.C 2602) Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la noche, para orar (cf. Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en su Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf. Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo secreto". (C.I.C 2603) Los evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de ellas comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf. Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco del "Fiat" de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre (Ef 1, 9).

Mc 6, 39-44 Pronunció la bendición, partió los panes

(Mc 6, 39-44) Pronunció la bendición, partió los panes
[39] Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, [40] y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. [41] Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. [42] Todos comieron hasta saciarse, [43] y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. [44] Los que comieron eran cinco mil hombres.
(C.I.C 1335) Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.

viernes, 16 de mayo de 2008

Mc 6, 30-38 Denles de comer ustedes mismos

(Mc 6, 30-38) Denles de comer ustedes mismos
[30] Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. [31] Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. [32] Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. [33] Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. [34] Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. [35] Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. [36] Despide a la gente, para que vaya a los campos y pueblos cercanos a comprar algo para comer». [37] Él respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos». [38] Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados».
(C.I.C 472) Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).

Mc 6, 26-29 El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza

(Mc 6, 26-29) El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza
[26] El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. [27] En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. [28] El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. [29] Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
(C.I.C 524) Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30). (C.I.C 2473) El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (S. Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1).

Mc 6, 19-25 Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo

(Mc 6, 19-25) Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo
[19] Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, [20] porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. [21] Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. [22] La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». [23] Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». [24] Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?». «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta. [25] La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».
(C.I.C 523) San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

jueves, 15 de mayo de 2008

Mc 6, 14-18 El rey Herodes oyó hablar de Jesús

(Mc 6, 14-18) El rey Herodes oyó hablar de Jesús
[14] El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos». [15] Otros afirmaban: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta como los antiguos». [16] Pero Herodes, al oír todo esto, decía: «Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado» [17] Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. [18] Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano».
(C.I.C 1639) El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf. Mc 10,9). De su alianza "nace una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad" (Gaudium et spes, 48). La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (Gaudium et spes, 48). (C.I.C 1645) "La unidad del matrimonio, confirmada por el Señor, aparece ampliamente en la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y al varón en el mutuo y pleno amor" (Gaudium et spes, 49). La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo (Familiaris consortio, 19). (C.I.C 1646) El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, así como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad" (Gaudium et spes, 48).